La maestra

La maestra. Victoria Bayona

Las historias relacionadas con las escuelas o los profesores se encuentran entre las más exitosas y abundantes en la literatura infantil contemporánea. Por lo general, se trata de relatos divertidos o francamente hilarantes; aunque, en ciertos casos, pueden adquirir visos dramáticos o sombríos. La trama de La maestra, novela de la autora argentina Victoria Bayona, que también aborda ese tema, resulta bastante  desconcertante… lo cual no quiere decir que no sea buena. Todo lo contrario. De hecho, su lectura nos atrapa desde las primeras páginas. 

Todo comienza como una de esas típicas narraciones donde un niño juzga la conducta de su nueva maestra desde una perspectiva crítica y desconfiada. El chico, que pertenece a una familia común y corriente, no acaba de aceptar a la profesora recién llegada, porque desde el inicio sospecha que su apacible expresión oculta algún designio malévolo. 

Pese a la inalterable calma de la maestra, Francisco se mantiene en sus trece, en contra de la opinión de su familia. Solo un condiscípulo comparte sus recelos sobre esa mujer de carácter inalterable. Ambos niños idean un plan para obtener información acerca de ella, de donde resultan peripecias tan graciosas como peligrosas —incidentes que se narran en un tono más cercano a la comedia que al drama.

Sin embargo, toda esta situación aparentemente ligera de pronto se sitúa en un terreno que comienza a penetrar en lo extraño. Y casi sin previo aviso, se produce un cambio de contexto que no voy a describir porque destruiría el factor sorpresa. Solo diré que la historia salta de un género literario a otro, y de un tono anímico a otro, de manera bastante inesperada y efectiva. 

El argumento sorprende con varios giros imprevistos que mantendrán el interés de los jóvenes lectores a los que va dirigido el libro, y que seguramente también atraparán a no pocos lectores veteranos. 

La maestra contiene ciertos elementos cercanos al horror que podrían tomar desprevenidos a algunos, aunque aclaro que no se trata de situaciones sangrientas ni desagradables, sino el tipo de emociones que los niños pueden disfrutar del mismo modo que cualquier adulto disfrutaría de ciertas tramas intrigantes en las que no sabemos a qué atenernos.
Daí­na Chaviano