Image title

Roberto Innocenti: Una vida iluminada

Rodrigo Morlesin

En el marco del Congreso Internacional de IBBY que se llevó a cabo en la Ciudad de México en el 2014, el ilustrador Roberto Innocenti, ganador de premios como el Hans Christian Andersen y la Manzana de oro de Bratislava, dos veces nominado al Astrid Lindgren Memorial Award, nos habla de su vida llena de carencias, pero de la cual ha surgido lo extraordinario. 

Con esa sonrisa que distingue a Roberto Innocenti no es fácil adivinar varias cosas sobre él: la vida difícil que le dieron la guerra y la pobreza, y de que se trata de uno de los ilustradores contemporáneos más importantes del mundo, que ha ganado los mayores reconocimientos por su contribución a la literatura infantil, como el Hans Christian Andersen o la Manzana de Oro de Bratislava; además, ha sido nominado dos veces al Astrid Lindgren Memorial Award.

Antes de que se acerque Innocenti (Bagno a Ripoli, Italia, 1940), se acerca su sonrisa; su amabilidad y calidez se notan desde que desciende del taxi y agradece al conductor. Con él viaja Lola Barceló, directora de la Editorial Kalandraka Italia y que estará en la entrevista como intérprete, o mejor dicho, como tercera voz en la conversación.

Llegan a la casona del siglo XIX que alberga la Biblioteca IBBY en la calle de Goya, en la Colonia Mixcoac, un lugar que parece salido de alguno de sus libros, una casa de campo diseñada por Antonio Rivas Mercado en lo que antes fue “las afueras de la ciudad”.

Generoso en sus palabras, Innocenti no se queda nada, habla de guerra e infancia como si hubiera sido ayer, y es que el tiempo no pasa para este niño que solo quiere dibujar.

Innocenti ha ilustrado textos de Charles Perrault, Oscar Wilde y Charles Dickens, entre otros autores. En sus libros hay dos claras líneas temáticas, una muy real con historias como Rosa Blanca o La historia de Erika, y otra más imaginativa encabezada por cuentos clásicos como Pinocho y La niña de rojo.

Publicada en 1985, Rosa Blanca, con texto de Christophe Gallaz y en la que se narra la historia de los campos de concentración y el exterminio nazi, es considerada su obra cumbre.

–Aunque en mi trabajo como ilustrador no todo es realidad ni todo es fantasía, hay una mezcla de ambos. Por ejemplo, al ilustrar Cenicienta, lo hice con un estilo de los años 1920, los vestidos, las siluetas, todo. Y, para La niña de rojo (Caperucita roja), el escenario es más contemporáneo. Para ilustrar La historia de Erika, usé una paleta muy neutra, con toques
de color en lo absolutamente necesario para la historia; así que las imágenes obedecen a la historia, estoy al servicio del resultado –explica.

Innocenti recuerda su primera infancia como una etapa muy mala y sin paliativos, pues le tocó vivir la Segunda Guerra Mundial, que concluyó en 1945, cuando en cierta forma él ya alcanzaba a entender qué pasaba en su entorno.

–En los primeros cinco años, lo que hay es miedo y hambre, muchísima hambre. En los primeros 20 años de mi vida, que coinciden con los primeros años de la postguerra italiana, Italia era un país muy pobre, estaba reducido a las cenizas.

En los años 50, dice, a pesar de que la Constitución Republicana reconoce el derecho al estudio, no se podía estudiar ni hacer nada; ese derecho al estudio no estaba reconocido en la práctica. Así que comenzó a trabajar en cualquier cosa que le salía, intentaba hacer de todo y trabajaba en una fábrica.

–Me gustaba dibujar, era una cosa que ya tenía desde niño, pero yo no creía que dibujar pudiera convertirse en un trabajo, nunca lo hubiera pensado.

Dibujaba después de su trabajo en la fábrica, que era manual, mecánico y, por lo tanto, cansado y aburrido.

–No es feo trabajar con las manos, no lo estoy condenando, pero es monótono; y, sobre todo en aquella época, era peligroso.

Innocenti dibujaba instintivamente, de forma autodidacta.

"Voy a intentar dibujar, a ver qué pasa", se dijo, y así comenzó todo de manera casual, sin un orden ni un concierto, no sabía por dónde empezar porque no hubo un método.

–En este sentido, me recuerda la vida del francés Sempé, quien tuvo múltiples o!cios, como vendedor de puerta en puerta, repartidor de vino en su bicicleta y soldado... Hasta que se unió a René Goscinny (famoso por sus personajes Astérix y Obélix, con quien creó la serie Pequeño Nicolás).

–Era lo que se hacía para sobrevivir.

–¿Cómo se dio esa transformación del niño que dibujaba al adulto ilustrador?

–Fue una cosa muy larga, porque dibujar, he dibujado siempre, copiando, tomaba modelos y los reproducía. También dibujaba lo que veía, aunque nunca quedaba satisfecho con los resultados; el primer trabajo continuado fue para un estudio de televisión, haciendo dibujos animados en Florencia; esa productora de televisión estaba formada por personas jóvenes, había mucha vitalidad, alegría, se conversaba mucho y había muchas opiniones en común. Estaba destinada a la publicidad, concretamente a un programa que se llamaba Carosello, que fue muy importante en los albores de la televisión italiana, que en realidad era un espacio publicitario, hecho con mucha gracia; eran pequeños filmes con una cola publicitaria; era aquel momento cuando la televisión en Italia estaba naciendo, en un momento histórico que hacía de eso incluso algo innovador.

Después de su trabajo en la productora, durante algún tiempo, estuvo dedicado al diseño de objetos, como muebles, cajas o latas; de cosas que pueden ser útiles para la vida de las personas, que es para lo que sirve el diseño, dice.

–Yo siempre me pregunto: ¿esto para qué sirve?, ¿tiene sentido vivir de esta manera?, ¿esta silla es cómoda?, ¿cómo podría mejorarla? Me pregunto para saber cómo mejorar las cosas.

–¿Los sucesos cotidianos lo infuencian?

–No me dejo llevar por los hechos cotidianos, en la sociedad de hoy en día la belleza ya no vale nada. No se hace diseño para mejorar la vida de las personas. Los barrios pobres siguen siendo pobres, pero ahora vemos esa escena de los barrios periféricos de la ciudad repartidos por todo el mundo; no estamos hablando de una igualdad, sino de una uniformidad. La cultura que potencializa el progreso está en caída. Los encontramos al servicio de los grandes emporios, pero eso no ha mejorado la vida de la gente.

–Si pudiera elegir en qué mundo literario o real vivir, ¿cuál escogería?

–Ciertas épocas pueden ser interesantes, yo creo que elegiría varios momentos o avances de la historia, no una época, ya que en el Renacimiento se tenía todo ese avance y todo ese arte, pero estaban las enfermedades.

–Entonces, lo que usted necesita es vivir en el libro La máquina del tiempo, de H.G. Wells...

–Ja, ja, ja... es una buena idea

–¿A qué le gustaba jugar de niño?

–Mi familia era pobre, mis juguetes eran una escoba que hacía las veces de un fusil, o una tirachinas (resortera); inventar juegos con lo que había a la mano.

–¿Cuál es su ilustrador favorito?

–Mmmhhh... Jörg Müller y Tomi Ungerer.

–¿Y artista?

–Degas.

–¿Artista mexicano?

–Diego Rivera.