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Entrevista con Yanitzia Canetti

Juan Carlos Romero Mestre

Yanitzia Canetti nació en La Habana, Cuba, en 1967. Se graduó de Periodismo en la Universidad de La Habana y, después de radicarse en Estados Unidos a comienzos de los años 1990, cursó una maestrí­a en Lingüí­stica y un doctorado en Literatura Latinoamericana. Su obra publicada para niños incluye tí­tulos como Secretos de palacio, Completamente diferente, Doña Flautina Resuelvelotodo, El niño que nunca reí­a, Las maravillas de una sencilla sombrilla amarilla, Solo como un perro y la colección de cuentos Habí­a otra vez, entre otros. Ha traducido al español obras clásicas de la literatura infantil estadounidense de autores como Dr. Seuss, H.A. Rey y Peggy Parish. Para los lectores adultos ha publicado novelas como Al otro lado y La vida es color de Rosa y el libro de relatos La muerte nuestra de cada vida

¿En qué momento decidiste que querí­as escribir?

No lo recuerdo. No recuerdo que haya un momento en que decidí­ dedicarme a escribir, pero sí­ recuerdo el momento en que creí­ que habí­a comenzado a escribir con una intención literaria. Fue a los 6 años y fue con algo que yo llamé "poema". Estaba dedicado a un maestro, que por entonces era lo más parecido que habí­a a un prí­ncipe azul. Luego formé parte de un taller literario en la Biblioteca Nacional José Martí­, y allí­ comencé a escribir más poemas, cuentitos y hasta "novelas". Si bien nada de aquello cuenta hoy como algo medianamente publicable, la intención sí­ estaba. Y la pasión también.

¿Sentí­as que habí­as nacido con vocación literaria, cuáles son tus verdaderos orí­genes en ese sentido?

No, sentí­ que habí­a nacido con cierta vocación creativa tal vez, porque desde que tengo memoria fui una niña inquieta en ese sentido. Lo que ocurrió es que al expresarme tempranamente a través de las artes: la pintura, el baile, el canto, apenas aprendí­ a escribir mi nombre, comencé también a explorar el mundo de la expresión escrita con ese mismo instinto creativo. Con 6 años le hice un poema a un maestro y poco después, comencé a hacer mis peninos con otros géneros. No era nada que valiera la pena, pero lograba al menos que los adultos dijeran, con esa dulzura piadosa que los caracteriza ante las torpezas infantiles, "La niña tiene madera". Y no sabes lo que me molestaba la frase. Me quedaba claro que aquello que habí­a escrito no serví­a ni les gustaba, pero se suponí­a que debí­a alegrarme el hecho de que, por el camino que iba, a lo mejor un dí­a me salí­a algo bueno. Lo que hizo que mis escritos cuajaran, fermentaran y finalmente despuntaran como algo que la gente ya podí­a considerar literatura, fue la avidez con la que devoré libros durante toda mi infancia y juventud. Ahora leo menos porque la vida me ha impuesto un calendario atroz de compromisos y actividades, pero sigue siendo una fuente inspiradora para lo que luego escribo.

¿Qué es necesario para que una novela interese a los lectores?

Que conecte con los lectores en algún sentido. Esa empatí­a es vital. Si el lector cree que todo lo que lee tiene que ver con él o con algo que él siente o presiente, conoce o desea, se produce una conexión donde libro y lector danzan a solas cómo cómplices de un secreto. Surge entre libro y lector un universo personal, y es distinto ”y por tanto único, para cada lector. Por eso pienso que una vez que el escritor publica su obra, ya no es exclusivamente suya. Cada persona se adueña del contenido a su manera. Cada persona hace su propia lectura y genera su propia ficción a partir de la ficción que le propone el autor.

¿Cuales son sus géneros favoritos en la lectura, sus autores y quiénes le han influido más?

Siempre me hacen esta pregunta. ¡Y nunca sé cómo responderla! A ver, no tengo un género favorito. Leo todo lo que llame mi atención y todo depende del momento que esté viviendo, de mi estado de ánimo, del tiempo del que disponga y del apetito literario que tenga justo en ese instante. Puedo devorar raciones infinitas de poesí­a, y de pronto darme un suculento banquete de cuentos o de ensayos o de obras teatrales, o saborear cualquier novedad en cuanto a contenido o forma. Pero por lo general, nunca falta en la mesa una buena novela.

Tampoco tengo un autor favorito. Pero sí­ tengo una lista enorme de autores que me encantan. Son tantos que se atropellan, como dice la canción. Cuando comienzo a echar mano de la memoria, no tengo para cuando acabar. Te puedo dar algunos nombres pero se quedarán afuera algunos que me gustan tanto como los que te menciono: Clarise Lispector, José Martí­, Hermann Hesse, Knut Hamsun, Sigrid Undset, Grazia Deledda, William Faulkner, Rabindranath Tagore, Mercé Rodoreda, Ana Marí­a Matute, Michael Ende, Kierkegaard, Italo Calvino, Virgilio Piñeira, Jorge Luis Borges, Rudyard Kipling, Miguel de Unamuno, Galil Gibrán, Rilke, Pí¤r Lagerkvist, Juan Ramón Jiménez, Lezama Lima, Marguerite Yourcenar, Virginia Wolf, Albert Camus, Edmundo de Amicis, Saint Exupery, Astrid Lindgren, Selma Lagerlí¶f, Milan Kundera, Robert Musil, Thomas Mann, Salinger, Juan Marsé, Pere Gimferrer, Mario Vargas Llosa, Umberto Eco, Shmuel Yosef Agnon, Vicente Aleixandre, Shakespeare, Cervantes, y Veza y Elias Canetti, por supuesto. Mientras intento darte solo algunos nombres, me vienen a la mente otros muchos nombres que injustamente no he mencionado. Esta es la pregunta en la que jamás acertaré a decir algo siquiera aproximado. Son siglos de literatura universal, es un legado inmenso para los lectores de hoy. Por lo general, soy rápida y determinada para elegir lo que quiero, pero en esto titubeo y honestamente, fallo.

No tengo la menor idea de quién ha influido en mi obra, y me gustarí­a pensar que me influyeron solo "los buenos". Pero supongo que algo de todo lo que he leí­do se ha filtrado, tanto los buenos hábitos como los vicios. Quizás por eso, por no contagiarme de las perogrulladas y los panfletos, es que intento ser cada vez más selectiva. Antes no me atreví­a a dejar un libro por la mitad. Hoy puedo dejarlo después de las primeras oraciones y sin sentimientos de culpa.

¿Qué libros han cambiado tu vida?

No puedo decir que un libro cambió mi vida. Como te mencioné, todos los que he leí­do influyeron en mayor o menor grado en mi vida, aunque yo no lo note. Es una influencia sutil, que deja huellas intangibles.

¿A qué se dedica cuando no escribe?

A leer. A disfrutar de mi familia y mis amigos, a trabajar en las obras de otros (como editora o traductora), a bucear en la naturaleza humana y a pensar en las musarañas.

¿Cuál es su método de escritura? ¿Anota lo que se le ocurre?

Tengo varias maneras de acercarme y adentrarme en la escritura. Depende de cómo tenga el moño ese dí­a o en ese momento. Por lo general, busco la manera de quedarme en blanco para poder elegir entre un escándalo de ideas que desfilan de manera permanente en mi cabeza. Yo me esfuerzo por no pensar y atontarme a veces. Es así­ como de pronto puede una idea sobresalir o surgir con mayor certeza y protagonismo. Quizás por eso las mejores ideas nacen del estado de vigilia que precede o sucede al sueño. Me voy quedando dormida y repentinamente abro los ojos para anotar algo muy intenso que invadió mi cabeza, o si no luego, apenas entreabro los ojos por la mañana, todaví­a con un pie en el quinto sueño, me sobrecoge una frase, una palabra o una imagen fortí­sima que me saca de la cama y me obliga a anotarla. En otros momentos, estoy hablando, jugando con mis hijos, mirando por una ventana, y también surgen ideas. A veces cuando hablo animadamente con mis amigos y discutimos de esto o de aquello. Y a veces cuando disciplinadamente me siento a escribir de lo que sea, porque la inspiración es amiga del oficio. Las ideas más reprimidas y fantasmales tienden a hacerse tangibles y desinhibidas cuando estamos en pleno afán creativo.

¿Si pudiese ser un libro, cuál serí­a?

Me has hecho sonreí­r. Nunca me he pensando como un libro, con un tí­tulo, encuadernada y contenida en hojas de papel, ¡menuda abstracción! La verdad, no me imagino en ninguna otra prisión que la humana, así­ que creo que optarí­a por ser yo misma, viviendo la ficción de cada dí­a y con un final abierto, mientras viva.

¿Se escribe por placer o también por dinero y reconocimiento?

Yo espero que nadie crea que la literatura se hace por dinero. Si el propósito es sacar ventaja económica, es mejor dedicarse a negocios más rentables y que no requieran de un esfuerzo creativo. Lo de escribir por buscar reconocimiento es de una ingenuidad mayúscula. Cuando un escritor escribe pensando en eso, además de traicionarse alevosamente, termina por decepcionar a los buenos lectores. En su afán de impresionar o apabullar al lector, termina haciendo una oda al ego muy difí­cil de digerir. Aunque suene naí¯ve, la literatura debe hacerse por la imperiosa necesidad de entregarse a los demás, de decir algo y bien, y los actos de entrega deben hacerse únicamente por amor y por supuesto, por placer.

¿Dominas los recursos de estilo, las figuras literarias o escribes con estilo propio y sigues experimentando y aprendiendo?

He estudiado literatura como parte de mi formación profesional, pero a la hora de escribir, no pienso en los recursos de estilo ni en figuras ni en pepino verde. Lo de estilo propio, tampoco me toca pensar en eso, aunque a todo escritor le guste la idea de distinguirse por su quehacer. Experimento, sí­ sí­. Me gusta mucho jugar y la literatura no se escapa de esa compulsión traviesa. Juego con las ideas, las palabras, los personajes, las situaciones. Juego y me divierto con el lector.

Se habla que los escritores deben cuidar y ofrecer obras depuradas utilizando recursos narrativos, ¿o encuentras bien que lo que se cuente deba hacerse tal cual se cuenta en la sobremesa?

Los escritores deben contar una buena historia y contarla bien, da igual si así­ de bien la logran contarla en una amena sobremesa. La creación requiere cuidado, claro, es parte del interés literario de expresar con paso premeditado y lento lo que ya no se puede postergar. No les toca a los escritores, sin embargo, pensar en hacer obras "frí­amente depuradas" ni en una lección narrativa de cómo usar los recursos literarios (moraleja incluida), ¿o querrí­an dejar sin trabajo a los crí­ticos y a los profesores de literatura?

¿Regalas libros en alguna ocasión?

Yo me la paso comprando libros para mí­ y para los demás. El regalo que ofrezco con más gusto es un libro. Pero déjame aclarar que yo no regalo los libros que leo, los conservo o los dono a comunidades del mundo que no tienen acceso a los libros. Hace poco hice una donación a una comunidad indí­gena en Perú, que no tení­a siquiera una biblioteca. Pero cuando un libro me parece genial, lo mejor que puedo hacer es ir a comprar muchos ejemplares de ese libro, envolverlos con cuidado, y entonces sí­, los regalo con mucho cariño a las personas que más apreciarí­an un regalo así­. De esta manera ayudo al escritor, que necesita vender libros para que las editoriales les sigan publicando, y beneficio también a otras personas. Es así­ como un libro puede ser un buen regalo. Cuando los libros pasan de mano en mano y nadie paga por ellos, las editoriales creen que el libro solo lo leyó quien lo compró. No tiene otra manera de medir la aceptación que ha tenido esa obra. La editorial pensará, y con razón, "ese autor no despierta el menor interés, mejor dejemos de publicar sus libros, apenas se han vendido unos pocos ejemplares de la pequeña tirada que hicimos". Ocurre lo mismo con los CDs de música y cualquier otro producto cultural que se distribuye por la ví­a comercial.

Si una persona no tiene dinero para comprar libros, existe un lugar maravilloso para leer gratuitamente todos los que quiera: la biblioteca. Las bibliotecas compran libros, por tanto, los escritores también salen ganando si los lectores piden sus libros para leerlos allí­.

¿Lamentas que tu vida literaria no se hubiera desarrollado en otro medio más propicio?

No, ¿por qué? Todos los medios me parecen propicios en algún sentido. Creo que una persona creativa no solo convierte en propicios los medios de que dispone, sino que puede crear los medios idóneos para expresarse creativamente.

¿Qué significado tiene para ti la ciudad donde has vivido la mayor parte de tu vida?

Hasta los 24 años viví­ en la Ciudad de la Habana. Tuve que sacar cuentas para determinar que fue esa la ciudad donde viví­ la mayor parte de mi vida y además, la más significativa. Pero he vivido fuera de Cuba por 23 años. La Habana guarda mis juegos de niña y mis secretos de juventud, allí­ tuve mis primeros amigos, los primeros amores, las primeras decepciones y las experiencias que marcaron y determinaron el resto de mis experiencias de vida. La Habana estaba en todo lo que hací­a, decí­a y pensaba. Fue el lenguaje urbano que se impregnó en mi gestualidad y en mi forma de ver el mundo. Todo lo que vino después, pasa por una sublime y ridí­cula comparación con la Habana. Idealizada por la nostalgia, endiosada por la pasión, ensalzada por puro gusto, ¡y única!

La singular arquitectura de Nueva Inglaterra, donde vivo hoy, no termina de convencerme porque sigo enamorada de los portales, los ventanales, los portones, los vitrales, los techos altos, las columnas, los mosaicos, las balaustradas... Y así­ me pasa con todo, incluida la gente, ¡nadie como mis paisanos!

Esa mirada habanera de mis años de infancia y juventud lo empañan todo, incluso la Habana a la que he regresado varias veces. La Habana de hoy no es aquella Habana, es otra; a veces tan ajena como Jamshedpur o Brazzaville.

El regreso, la nostalgia, el sufrimiento causado por el deseo incumplido de regresar. ¿Tienes la obsesión del regreso a tenor de los nuevos cambios?
Yo corté el cordón umbilical y quemé las naves cuando partí­. Mi paí­s de origen, el de mi infancia y mis vivencias, habita en mí­, va conmigo a todas partes; no necesito un punto geográfico para sentirme en casa. Eso no quiere decir que no sienta una nostalgia insondable por todo lo que ya no volveré a vivir del mismo modo, aunque regresara.

Posdata: lo de los "nuevos cambios", valga la redundancia, ¿es un chiste?

¿En qué proyecto trabajas en estos momentos?

En varios. Trabajo en una novela masculina que por ahora lleva el tí­tulo de Al fin solos (supongo que quienes tienen la maní­a de crear "generosas" etiquetas como "literatura femenina", no tengan ningún problema en aceptar esta obra como "literatura masculina", aunque esté escrita por una mujer). También trabajo en un poemario y en varios cuentos.

Isaac Bashevis Singer afirmaba que tení­a más de 500 razones para escribir para los niños. ¿Cuáles son tus razones fundamentales?

Esas "más de 500 razones" probablemente. Y si entre esas está la de escribir para mí­ misma (me divierto, me gusta, aprendo, lo disfruto), para mis hijos (me encanta la cara de placer que ponen cuando invento historias para ellos) y para alegrar la vida de otros niños, creo que no necesito muchas más. En ninguna de las razones estará jamás marcar una ruta o dar lecciones. Los adultos somos muy arrogantes cuando creemos que nos toca darles lecciones a los niños, cuando en realidad lo que nos toca es aprender de ellos todo lo que fuimos olvidando por el camino.

¿Qué objetivo persiguen tus libros infantiles?

Ninguno. No me propongo objetivos cuando escribo para niños, ni para adultos. Lo que tengo son deseos. El deseo de compartir, de comunicarme y de amar a través de mi escritura.

Se habla de que los escritores deben cuidar y ofrecer obras depuradas utilizando recursos narrativos, ¿o encuentras bien que lo que se cuente deba hacerse tal cual se cuenta en la sobremesa?

Los escritores deben contar una buena historia y contarla bien, da igual si así­ de bien logran contarla en una amena sobremesa. La creación requiere cuidado, claro, es parte del interés literario de expresar con paso premeditado y lento lo que ya no se puede postergar.

No les toca a los escritores, sin embargo, pensar en hacer obras "frí­amente depuradas" ni en una lección de cómo usar los recursos literarios (moraleja incluida), ¿o querrí­an dejar sin trabajo a los crí­ticos y a los profesores de literatura?

¿Qué aportam la escritura y la literatura, piensas que vale todo en la literatura?

Empiezo por el final. Sí­, todo se vale a la hora de hacer literatura. Pero no todos los libros publicados valen como literatura. El criterio más importante para saber que sí­ y que no, lo decide el tiempo, creo yo. Las obras buenas prevalecen. Las obras de bajo vuelo van quedando en el camino. Se sabe de escritores que tuvieron un reconocimiento efí­mero en su momento pero cuyas obras hoy nadie se atreve ni a reeditar ni a leer. Cada lector, de cualquier modo y en cualquier época, puede ejercer siempre su propio criterio de lo bueno y lo malo a partir de una definición consensuada.

En cuanto a qué aporta la escritura y la literatura, pues aporta vida. Más que expresarme, realizarme, entenderme, comunicarme, yo en lo particular respiro a través de lo que leo y escribo.

¿Tiene responsabilidad social el escritor, en cuanto al hecho de ser una figura pública?

En cuanto a la responsabilidad social del escritor, pues de eso se ha comentado mucho y no tengo mucho que agregar. En lo personal, pienso que todos, escritores o no, tenemos una responsabilidad social y un deber para con las generaciones actuales y venideras. Esta responsabilidad se manifiesta, por supuesto, en las obras que creamos: pinturas, libros, composiciones musicales, etc. En ese sentido, toda expresión artí­stica lleva implí­cita una manera muy personal de interpretar la realidad en la que nos toca pensar, ser y actuar. Cada quien hará lo suyo, y supongo que del mejor modo que sepa, pueda y quiera, sin validarse tanto en lo que piensan y dicen "los otros", "las escrituras", "los gobiernos" o "El Pipisigallo.

¿Cómo ha cambiado a la literatura el mundo de la tecnologí­a y el e-book?

No le temo a los cambios. Me gustan. Significa que algo "se mueve". Lo peor es quedarnos atascados en el mismo lugar. Los formatos nuevos no deben asustarnos. Son solo soportes para nuestras creaciones. Pero entiendo ese temor a lo nuevo, donde no se tiene todo el control, donde vamos a tientas sobre un terreno desconocido en el que nos podemos perder. Supongo que lo mismo les ocurrió a los antiguos escritores en piedra cuando tuvieron que optar por un objeto más blando como el papiro o el pergamino. Y luego a estos, cuando apareció ese objeto voluminoso y compacto, atrapado en una corteza dura y cuyas páginas numeradas habí­a que ir pasando con la mano. ¡Un objeto extraño llamado libro!

Los que tienen que apurar el paso para ir al ritmo de la tecnologí­a son quienes han invertido por tantos años en máquinas impresoras, no sea que les pase como a muchas fábricas que producí­an pelí­culas fotográficas y a las que no les dio tiempo de ajustarse a los cambios que imponí­a la aparición de la imagen digital. Pero a los creadores no debe quitarles el sueño un cambio de formatos. Si es bailarí­n, danzará en cualquier escenario, tangible o intangible. Si es artista plástico, pintará si es preciso sobre un lienzo de nubes. Si es escritor, escribirá en el agua si no hubiera otra manera de dejar constancia material de sus ficciones.

Adaptarse es parte de la naturaleza humana. Tal vez el escritor de hoy encuentre en los formatos digitales una manera de expresarse más ajustada a los tiempos que corren, acelerados y multidinámicos. En un mundo global competitivo y sobreestimulado, la lectura lenta de un libro largo junto a la chimenea, no parece tan realista, al menos no para los que trabajan, tienen hijos y luchan por sobrevivir en una economí­a avasalladora. Podemos acudir siempre, con nostalgia y deseo, a los géneros de toda la vida, pero también tenemos otros muchos géneros que enriquecen nuestras posibilidades de conectarnos con los lectores de esta generación y quizás las posteriores.

¿Editora, escritora, traductora o promotora cultural?

Un poco de todo eso, y sobre todo, mamá de dos hermosos niños, amiga de mis amigos, enamorada de la vida y lectora voraz.