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Valerio: "Crear al menos un libro que quede"

Sergio Andricaí­n
Entre los creadores millenials que ha aportado Cuba a la literatura infantil, sin duda uno de los más sobresalientes es Yunier Serrano Rojas, quien firma sus trabajos como Valerio. Nacido en Pinar del Río, en 1985, es graduado de Comunicación Social en la Universidad Agraria de La Habana. También estudió en el Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso y trabajó durante tres años como bibliotecario. 

Valerio se dio a conocer como autor e ilustrador con el poemario para niños Lección de amor y anatomía (Santa Clara: Editorial Sed de Belleza, 2011). Posteriormente publica, con texto y dibujos suyos, El erizo del bombín (Colombia: Ginesta, 2019); Rapunzel, Leznupar y el hijo del barbero (Pinar del Río: Cauce, 2016); El erizo y la niebla (Valencia, España: Selvi Ediciones, 2015); Te regalo una margarita (Valencia, España: Selvi Ediciones, 2015) y Un libro de espías (Guantánamo: El Mar y la Montaña, 2012).

Ha ilustrado numerosos títulos de literatura infantil, entre ellos ¿Las vacas vuelan?, de Mildre Hernández (Colombia: Ginesta, 2019); El mejor amigo, de Emma Artiles (Colombia: Editorial Ginesta, 2019); El retrato de la princesa y el dragón rey, de Iliana Prieto (Pinar del Río: Editorial Cauce, 2017); Las aventuras de Pinocho, de Carlo Collodi (La Habana: Gente Nueva, 2016); En busca de la piedra verde, de Alice Walker (Holguín: Ediciones La Luz, 2016); Como soplos de luz, de Nersys Felipe (Pinar del Río: Cauce, 2016); Comiendo con los ojos (invitados y golosinas), de Ivette Vian (Pinar del Río: Cauce, 2016); El viejo trencito, de Celima Bernal (Pinar del Río: Editorial Hermanos Loynaz, 2016); Había una vez…, de Herminio Almendros y Ruth Robés Masses (La Habana: Gente Nueva, 2015); Dice la luna, de Cristina Obín (Santiago de Cuba: Oriente, 2015); Una niña estadísticamente feliz, de Mildre Hernández (Santiago de Cuba: Oriente, 2014); Tito y su misteriosa abuela, de Joel Franz Rosell (La Habana: Gente Nueva, 2015); Concierto No. 7 para violín y brujas, de Joel Franz Rosell (Pinar del Río: Cauce, 2014); Jícara de miel, de Excilia Saldaña (Pinar del Río: Cauce, 2012); Del toronjil a la hierba buena, de Nelson Simón (Santiago de Cuba: Oriente, 2013), y Cuentan que de amor un día, de Nelson Simón (Pinar del Río: Cauce, 2011).  

En 2016 obtuvo el Premio de Arte Raúl Martínez, que otorga el Instituto Cubano del Libro, por su trabajo de ilustración para el libro Había una vez… Ese mismo año recibió el premio de literatura infantil La Edad de Oro, en la categoría de libros para preescolares, por la obra El erizo del bombín. También ha escrito libros de poesía para adultos, como Habitación propia (Holguín: Editorial La Luz, 2017) y Los bajos reinos (Pinar del Río: Editorial Hermanos Loynaz, 2015).

Entrevistamos a Valerio para conocer más sobre su trayectoria como creador de libros para niños.

¿Cuándo descubriste que querías ser escritor y en qué momento sentiste el deseo de ilustrar? ¿Surgieron parejos? 

Esos descubrimientos son complejos. A veces solo podemos hablar de ciertas señales, de cuando comenzó a manifestarse en nuestras vidas un deseo o una necesidad que desde hacía mucho tiempo estaba queriendo revelarse. Los primeros indicios se remontan a edades muy tempranas, incluso cuando no somos conscientes ni hemos sido capaces aún de etiquétarlos. Se piensa vagamente “Quiero ser escritor” o “Quiero ser pintor” del mismo modo que se sueña con otras profesiones: médico, carpintero, arquitecto, electricista...

Si tuviera que darle un orden en el tiempo, necesariamente debo decir que, como todo ser humano, primero dibujé y después vino la escritura; aunque también debo señalar que todos pasamos por el mismo proceso y solo algunos terminamos conviertiéndonos en artistas.

La primera vez que tuve papel en blanco y pintura en mis manos, recuerdo que eran témperas, estaba en el salón de preescolar (todavía el olor a la témpera me traslada a mi temprana niñez); sentí que había encontrado una herramienta para expresarme. Años más tarde fueron el dolor y la necesidad de un adolescente, que buscaba entender el mundo y su lugar en él, los que me revelaron la palabra y la poesía como forma de expresión de mi subjetividad, de mi mundo interior. Y más que la palabra, la poesía.

Por aquel entonces había abandonado la pintura y perdido la fe, pero la llegada de la creación poética a mi vida coincidió con el descubrimiento de otro tipo de textos: los dirigidos a los niños, y un día mientras escribía mi primer libro para los lectores infantiles, Lección de amor y anatomía, me puse a dibujar, pero ya no con afán de artista de galería con lienzos y óleos, sino como ilustrador, como creador de imágenes destinadas a las publicaciones para la niñez. Desde entonces el camino de la escritura y el de la ilustración se mezclan, se superponen, marchan parejos.

Cuando trabajas un libro tuyo en el que eres responsable del texto y las imágenes, ¿cómo se inicia el proceso: por la palabra o por el dibujo? ¿Prevalece alguna de las miradas o ambas se equilibran durante el desarrollo del proyecto creativo?

Unas veces escribo primero el texto y luego dibujo; otras veces parto del dibujo (casi siempre un esbozo) y luego escribo, como sucedió en Rapunzel, Leznupar y el hijo del barbero, un libro que surgió de un bosquejo, uno de esos que suelo hacer en mi agenda temprano en la mañana mientras intento despertarme tomándome el primer café del día. En esa ocasión, dibujé una princesa, y el vestido era una especie de torre que le caía por la espalda. Recordé el cuento Rapunzel, lo que me llevó a dibujar un príncipe trepando por su cabellera (en verdad esta era un garabato). El príncipe quedó tan pequeñito que más bien parecía un piojo. Me pregunté en ese momento qué pasaría si en vez del joven heredero de un reino el que estuviera subiendo fuera un piojo. La respuesta es mi versión de Rapunzel.

Cuando me surge una idea, casi siempre como un destello, comienzo a buscar la punta de la madeja para que me lleve, como el hilo de Ariadna, a su centro. El camino suele ser laberíntico, pero en el recorrido voy descubriendo si la idea necesita plasmarse como un poema o un cuento, si reclama un interlocutor infantil o adulto. Y en el proceso doy con el tratamiento que le daré al lenguaje. 

¿Qué aspectos son esenciales cuando ilustras un texto? ¿Qué diferencia hay entre ilustrar un texto tuyo y uno de otra persona?

Dentro del texto en sí viene casi toda la información que necesito para abordar un libro. El tono, la edad, el tema, el género, la época donde se desarrolla la trama: todos esos elementos los encuentro en el texto. En mi opinión, no hay que buscarlos en ninguna otra parte. Pero hay un por ciento pequeño que es lo que pone uno como creador, y eso es la interpretación. Me considero un intérprete que traduce el lenguaje escrito al plástico. Y como tal tengo la libertad de aportar mi visión, mi lectura personal. Por eso considero fundamental la elección que hace el editor del artista que ilustra un libro.

Para mí es más fácil ilustrar un texto de otro autor. El proceso es menos demandante, porque me permite cierto distanciamiento. Ahora bien cuando el texto es mío, siempre aflora mi yo más inseguro. Dejo pasar un tiempo después que lo escribí, por lo general dos o tres semanas, y lo retomo cuando siento que estoy listo. Entonces puedo comenzar a bocetar. En ambos casos hago muchos apuntes, y pasan días en que pienso que no seré capaz de lograrlo (por suerte esa inseguridad dura muy poco). Finalmente, cuando recupero la confianza en mi trabajo, me relajo, me libero de las incertidumbres y me considero capaz de interpretar la historia o el poema usando el lenguaje de las artes plásticas, y me siento libre y feliz, listo para dibujar.

Como autor, ¿qué escritores han influido en tu producción literaria para los niños? En el caso de la ilustración, ¿quiénes son los artistas que han dejado huella en tu labor creativa?

Prefiero no hablar de escritores que me hayan influenciado, sino de libros que me han fascinado. Puedo citar Las aventuras de Tom Sawyer, de Mark Twain; Los niños más encantadores del mundo, de Gina Ruck-Pauquèt; Konrad o el niño que salió de una lata de conservas y Me importa un comino el rey pepino, de Christine Nöstlinger; Momo, de Michael Ende; Los pájaros de la noche, de Tormod Haugen; La abuela, de Peter Härtling, y La cuerda floja, de Lygia Bojunga Nunes. De Cuba son imprescindibles Cuentos de Guane, de Nersys Felipe, y La Marcolina, de Ivette Vían. En cuanto a los ilustradores, debo mencionar a los pintores cubanos Pedro Pablo Oliva y Vicente Rodríguez Bonachea, que crearon imágenes para libros infantiles, a Constante “Rapi” Diego, Eduardo Muñoz Bachs y Arístides Estévez Hernández “Ares”.

¿Cuál es tu mayor aspiración como creador de libros destinados a los niños?

Mi mayor aspiración como creador de libros para niños es crear al menos un libro que quede. Pero por pequeña que perezca, es una aspiración muy grande.

Menciona tres trabajos tuyos de ilustración de los que estés especialmente satisfecho y explicanos por qué.

Voy a mencionar cuatro retos. El primero, Había una vez..., de Herminio Almendros y Ruth Robés Masses. Se trata de una compilación de poemas y cuentos de la tradición oral y de autores hispanoamericanos que se ha convertido un clásico en Cuba y otros países. Aún se continúa publicando con las acuarelas que hizo Celia Gabriel para la primera edición de 1946 y también con dibujos que hicieron otros destacados artistas cubanos para diferentes reediciones. Ilustrar esta obra supuso saberme bajo una lupa gigante, expuesto al juicio de miles de lectores que conocían ediciones anteriores acompañadas con imágenes concebidas por otros pintores. Si salía bien, podía ser un éxito rotundo, pero si en cambio salía mal, el fracaso tendría la misma magnitud. Para suerte mía fue seleccionado por la crítica cubana como el mejor libro ilustrado del año en que se publicó. 

Los otros tres retos fueron ilustrar autores como Ivette Vian, Nersys Felipe o Alice Walker.

¿Qué libro sueñas con poder ilustrar algún día?

Me encantaría ilustrar Romancero gitano, de Federico García Lorca. Ilustrar poesía es una experiencia deliciosa. 

¿Cómo ves el panorama actual de la ilustración cubana de libros para niños?

Esta surgiendo una nueva generación de buenos ilustradores en Cuba. Cada vez más lo que pasa en el mundo en relación con el arte y con la ilustración llega a la isla como consecuencia de un mayor acceso a internet (aunque aún es limitado). Con una rica tradición de creadores como los que mencioné anteriormente, que tenían una manera propia de hacer y abordar las imágenes para los libros infantiles, los jóvenes ilustradores cubanos se abren a nuevas técnicas, a nuevas formas y fijan su mirada más allá de las fronteras nacionales. Por esto comienza a verse una presencia de algunos de ellos en editoriales extranjeras. 

Contra el trabajo  conspira la deficiente impresión de las editoriales de la isla. Un ilustrador puede hacer una obra de arte delicada, técnicamente rica y colorida, pero las técnicas desactualizadas de las imprentas pueden distorsionar cuando no emborronar y echar por tierra meses de labor.

¿En qué proyectos trabajas actualmente?

Actualmente trabajo en un álbum ilustrado como autor integral y en un libro del autor boricua José A. Rabelo. Y también comienzo a prepararme para un encargo de Panamericana Editorial, de Colombia: un cuento del escritor cubano Sergio Andricaín.