Ilustración de Janosch para 'Vamos a buscar un tesoro'. Madrid, Alfaguara, 1985.
  • Ilustración de Janosch para 'Vamos a buscar un tesoro'. Madrid, Alfaguara, 1985.

Janosch: el osito que leí­a a Bukowski

Ana Garralón

Cuando Janosch nació, su ciudad se llamaba Hindenburg y pertenecí­a a la Alta Silesia, Alemania. Después —hasta hoy— se llamó Zaborne y pertenece a Polonia. Esto ocurrió porque la ciudad fue durante ese tiempo fronteriza y sus habitantes, como si intuyeran históricamente el devenir, hablaron los dos idiomas, alemán y polaco. A veces los mezclaban y les salí­a una especie de “alemaco”. Cuando Janosch nació se llamaba Horst Eckert. Ese nombre hoy seguramente sólo aparece en las liquidaciones de sus editores, pero entonces tuvo mucha importancia porque lo usó hasta que tuvo cerca de treinta años.

La ciudad donde nació era una de las más terribles de vivir entonces. Eso lo dicen sus amigos polacos de hoy. Fábricas, una vida dura y esclavizada, el terror de un catolicismo extremo, la miseria y un cielo permanente de ceniza gris. Claro que a Janosch le pareció distinto, porque cuando uno es niño, disfruta lo que tiene y basta. Así­ lo hizo él, a pesar de tener que vivir en casa de los abuelos —sus padres no podian pagar un piso para ellos— y soportar a una posesiva abuela que le asustaba con sus historias sobre el infierno. Hoy, Janosch dice que aquel barrio era un lugar mágico. Cincuenta años estuvo sin pisar su barrio de infancia —recreado magistralmente en su novela para adultos Cholonek, o el dios de arcilla (1970)— hasta que un programa de televisión le convenció para ir. “Los olores ya no están. Nunca podré olvidar cómo todo olí­a por todas partes: la sopa de ajo, el tabaco prensado, el cubo de basura, el repollo que siempre estaba encima de la estufa, la letrina del patio.”

A los trece años su infancia se acabó. Comenzó un aprendizaje en una herrerí­a y cerrajerí­a. Entonces ya sabí­a que querí­a ser pintor y ese trabajo resultaba peligroso para su carrera: “no querí­a trabajar más, querí­a salir de la fábrica porque no me gustaba tener mis dedos entre las ruedas dentadas. Además, las máquinas me volví­an loco”. Eso pensaba cada minuto: puedo pillarme los dedos con las ruedas dentadas.

Después de la guerra su familia se trasladó. En Oldenburg comenzó a trabajar en una fábrica de textiles y en 1953, con 22 años, entró en la Academia de Arte de Múnich. Pocos meses más tarde la abandonó: no le gustaba la tendencia a la abstracción pura que entonces estaba de moda. Decidió probar fortuna como ilustrador por libre. Gracias a su amistad con el editor Georg Lenz publicó sus tres primeros libros ilustrados para niños: ValekEl violí­n mágico de Yosa y Valek y Jarosch. Fue este editor el que le sugirió su nuevo nombre. En estos cuentos, en especial el de Yosa, Janosch presenta elementos que más tarde le darán popularidad: las relaciones de afecto (entre el padre de Yosa y esta), las angustias primarias de los niños (Yosa es pequeña y débil mientras el padre es grande y fortí­simo), el poder de la fantasí­a y la magia. Es un cuento de hadas distanciado de la realidad, que al mismo tiempo critica las figuras tradicionales de los cuentos tradicionales (en este caso a los reyes). Sus ilustraciones son coloridas escenografí­as planas, de intensos colores que nos recuerdan el “arte puro”, las ilustraciones de los niños. Son libros para niños que intentan escapar de los clichés y seguramente por eso no obtuvieron el éxito que esperaban. Pero siguió publicando. Se sentí­a cómodo ilustrando, entre composiciones y proporciones clásicas, y descubriendo la infancia. Entretanto, su primer editor quebró y Janosch comenzó a publicar con otra editorial donde apareció una nueva edición de Yosa, a todo color (la primera se publicó en blanco y negro), y otros libros con los que obtuvo pronto reconocimiento y un discreto éxito.

Hasta este momento predominaba en Janosch más el pintor que el ilustrador para niños, y se sentí­a un artista que concibe el libro en su totalidad, que busca la creatividad de un mundo mágico, el de la infancia, tal y como él lo concibe. Su paleta de colores incluí­a con intensidad el dorado, el plateado y el rosa, sus colores favoritos cuando era niño. Siempre soñó con una caja de colores que tuviera esos tres, pero entonces no habí­a ninguna. Cuando —todaví­a hoy— trabaja con estos colores no puede evitar una gran emoción: “Se pone el dorado y el plateado. Rosa con amarillo son usados hasta el gorgorito y para eso necesito todaví­a verde natural y rojo sangre. Entonces me invade la magia total”.

En España sus primeros libros aparecieron en la editorial Lumen. Además de los citados:Reineke el zorroEl tí­o Popoff y El hombrecillo de la manzana. Los lectores españoles no estaban tampoco preparados para esta irrupción de fantasí­a de vanguardia (eran los años sesenta) y hoy están descatalogados. De esta época son también sus historias Lucas comino, mago o jefe indioEl sheriff ratón y toda la serie que formó parte de la colección El Faro Azul (SM) donde se incluí­an tí­tulos como Soy un oso grande y hermosoEl cocodrilo feliz e incluso una reedición de El violí­n mágico de Yosa, entre otros. Hoy también están descatalogados.

En 1972, el editor de una de las editoriales más importantes para niños, Beltz & Gelberg, animado por los movimientos de renovación pedagógicos, le propone recontar los cuentos de los hermanos Grimm. Deben ser aquellos cincuenta cuentos editados en 1852 expresamente para niños y que generación tras generación habí­an sido recordados. Hans Joachim Gelberg escribió en la justificación del libro con el tono tí­pico del momento: “El estúpido entramado de muchos cuentos de los Grimm está pensado para que el lector adquiera un pensamiento conservador”. Bettelheim no habí­a carraspeado aún.

Janosch se entusiasmó: tení­a libertad total para experimentar con un formato ya caduco, pero conocido. “En el caso que nos ocupa continúa el editor, de una forma bastante respetuosa, se ha sacado del “congelador” de los Grimm el viejo tesoro de cuentos, para que se deshiele un poco y ver qué pasa”. Pues lo que “pasó” fue un hermoso y bello libro donde se confirmaba la creatividad desbordada e irónica, la irrespetuosidad y mordacidad de este escritor-pintor que transformó esas historias en otras prácticamente nuevas donde aprovechaba para criticar la sociedad contemporánea, como en Caperucita eléctrica, una parodia de las muñecas de juguete. Las ilustraciones de este libro, en blanco, negro y toques de dorado, las hizo a pluma. Son, prácticamente, uno de sus últimos trabajos para niños con esta técnica, una mirada provocativa y una estética inusual. Estos dibujos nos recuerdan los dibujos de Grosz y otros caricaturistas crí­ticos de los años veinte. En adelante, reservará este estilo para obras muy concretas, generalmente para adultos. Una excepción: en 1980 ilustró un cuento de Christine Nöstlinger, Uno, donde volví­a a mostrar nuevamente su mundo de fantasí­a y color, atrevido con las composiciones y sin sensiblerí­as en cuanto a la interpretación de la historia. Y es que era una historia triste: la de un desamor. En España, Alfaguara se atrevió a publicarlo, pero pronto se descatalogó.

Con el editor Beltz & Gelberg pudo continuar experimentando y creó para niños varios libros donde familiarizaba a sus lectores con el cómic. Si bien ya habí­a introducido este formato en algunas escenas de sus historias, en algunos cuentos incluso, como en El cocodrilo feliz o El lobo y las siete cabritas, con estos libros presentaba el cómic como una narración ilustrada, en los que experimentaba con colores y composiciones. Ninguno de esos libros se tradujo al español.

En 1978 ocurrirá el gran acontecimiento que determinará su carrera. Publicó Qué bonito es Panamá, libro que conoció un inmenso éxito y le catapultó literalmente a la fama. Si hasta entonces habí­a crí­ticos que decí­an que Janosch era un autor alemán subestimado, a partir de ese momento, descubrió el amargo sabor del éxito. “En realidad soy un pintor —declararí­a años más tarde a una revista especializada—. Como no podí­a vivir de la pintura, me busqué un trabajo y llegué hasta los libros para niños”. Vamos a buscar un tesoro y Correo para el tigre son libros que escribió y publicó en los dos años siguientes y confirmaron su faceta como escritor de cuentos sentimentales para niños. Son libros idí­licos, con ilustraciones llenas de emotividad, que encierran una encantadora ironí­a y una contenida crí­tica hacia la civilización. Los animales antropomorfizados —el oso, el pequeño tigre, el ratón de calcetines rojos y el conejo— representan la amistad y el afecto en estado puro, en un mundo que nos remite a otro siglo, el de la naturaleza idealizada y pintoresca, proveedora de todo lo que se pueda necesitar para sobrevivir. En estos cuentos su dibujo es clásico y hunde sus raí­ces en el siglo XIX con composiciones armónicas relajadas que se funden con las historias, llenas de emoción y tenura, como en Yo te curaré, dijo el pequeño oso, una historia sobre la cercaní­a y el calor del afecto.

A partir de estos libros, las ediciones se multiplicaron, las tiradas adquirieron números de seis cifras y un público deseoso de su estética no paró hasta encontrarla en todas partes. “Siempre quieren más, una y otra vez, historias con ositos tontos”, dice el autor . Hoy Janosch es, además de un creador de cuentos dulces, una poderosa mercadotecnia: puzzles, postales, calendarios, gafas, cepillos de dientes, mochilas y camisetas, todo reproduce y recuerda su mundo de bienestar. Un sector critica estos libros como conservadores y las feministas militantes detestan el patriarcado que ofrece. Sin embargo, al menos hasta los años noventa, publicó libros para ese público fiel, se esclavizó con historias que gustan tanto a madres como a niños, historias que hablan de un mundo feliz, de una infancia alejada de la vida contemporánea, de la tecnologí­a. Cuando Janosch se cansa de que le pregunten lo mismo una y otra vez, es decir, cómo comenzó a escribir estos cuentos, y que desdeñen su obra como grafista, se despacha a gusto: “Una vez me senté y me propuse dibujar la mayor cursilerí­a del mundo. Sólo para esos malditos crí­ticos y pedagogos que saben justamente cómo debe hacerse un libro para niños”. Sin embargo él es muy consciente de que no podrí­a mostrar a los niños el mundo de los adultos, de que sus mundos de pintura y dibujo deben convivir separados. Porque el hombre es justamente lo contrario de un exponente de la felicidad. “Si yo escribiera como quisiera, mis libros infantiles deberí­an mostrar el mundo tal y como es. Es decir: el hombre es un cerdo. Pero en cuanto se plantea un problema en un libro, la gente ya no lo quiere. (...) Y yo también creo que los niños quieren que el mundo que se les presenta sea feliz”.

A partir de entonces sus libros para niños eclipsaron su faceta como ilustrador gráfico. Su mundo se dividió: por un lado, los idí­licos y románticos libros para niños, y, por otro, los grabados y aguafuertes llenos de sarcasmo, que reserva para ocasiones especiales. Son imágenes, estas últimas, que acompañan historias donde el amor juega un rol dominante, donde lo grotesco, y lo extravagante se apoderan de una pluma que de nuevo parece tener un movimiento desdeñado y buscan la fantasí­a en escenas que muchas veces rozan la obscenidad. Los tí­tulos de sus composiciones reflejan bien su provocación: Cuentos y bufonadas del Marqués de SadeEl arte de amar campesinoQué pena que solo tienes catorce años, Ella amaba a un pájaro, etc. Con esta obra Janosch se desprende de la mirada de madres y padres, dibuja con total libertad, sin pensar en niños y su pincel vuelve a recorrer la página sin limitaciones. Sus caricaturas, amargas y el mundo bizarro que muestra, se ajustan perfectamente al espí­ritu de los autores que escoge, como el cabaretista Karl Valentin o el poeta Charles Bukowski. Es aquí­ donde ahora despliega su ambición creativa, su mundo vital y fresco, que no puede ofrecer a los más pequeños. Sin embargo, como otros grandes artistas —véase Ungerer—, esta faceta permenece en un segundo plano con libros de tiradas cortas, hasta que iniciativas institucionales devuelven la mirada a un trabajo callado pero intenso. Así­ ocurrió con Janosch: en 1998 se inauguró una exposición itinerante por Alemania que recorrió seis grandes museos y se prolongó hasta 1999 con más de setecientos objetos expuestos, algunos de ellos vistos por primera vez.

En 1980 Janosch encontró su Panamá: vive desde entonces en Tenerife, con su compañera Inés y el hijo de ella, en un desierto de lava. Allí­ tiene todo lo que necesita: una cama, una mesa, una hamaca y un vaso de buen vino. Ya no quiere trabajar más, al menos, no para niños. Claro que a veces los editores le convencen. “En cuanto les digo a los de la editorial que ya no quiero más, que no hago nada más, me mandan una caja de vino, me emborrachan y las cosas funcionan de nuevo: vuelvo a decir sí­”. La mayor parte de su tiempo, sin embargo, lo pasa en la hamaca, disfrutando con las puestas de sol y el brillo de la luz sobre la tierra negra. “A veces estoy tres dí­as ocupado en hacerle una marca amarilla a una lata de conservas, y después busco el punto en el que la fórmula se diluye. Para mí­ es importante, pues quiero plantar algo en la lata. La mayorí­a de las veces planto mala hierba, es decir, hierbajos. En el desierto la mala hierba crece bien, no necesito persuadirla. O dejo que la lata se oxide, eso es para mí­ como arte. Y es suficiente”.

 

Bibliografí­a

(1960) Valek. Barcelona: Lumen, 1963 
(1960) Valek y Jarosch. Barcelona: Lumen, 1963 
(1960) Yosa y el violí­n mágico. Barcelona: Lumen, 1964 
El violí­n mágico. Barcelona: Lumen, 1975 
El violí­n mágico de Yosa. Madrid: SM, 1985 
(1962) Reineke el zorro. Texto de Johann Wolfgang Goethe. Barcelona: Lumen, 1965 
(1964) El tí­o Popoff. Barcelona: Lumen, 1966 
El tí­o Popoff vuela a los árboles. Madrid: Espasa Calpe, 1985 
(1965) El hombrecillo de la manzana. Barcelona: Lumen, 1966 
(1966) Leo Pulgamágica o la caza de leones en Oberfimmel. Madrid: Alfaguara, 1977 
(1966) Juan Chorlito y el indio invisible. Madrid: SM, 1986 
(1968) El tiovivo de don Ramiro. Madrid: SM, 1986 
(1968) Lucas comino, mago o jefe indio. Barcelona: Noguer y Caralt, 1981 
(1968) Filipo y su pincel mágico. Texto de Mischa Damjam. Barcelona: Lumen, 1972 
(1968) Dos gatos en América. Texto de Mischa Damjam. Barcelona: Lumen, 1971 
(1969) El muñeco de nieve. Madrid: Anaya, 1988 
(1969) El sheriff ratón. Madrid: Alfaguara, 1983 
(1970) El cocodrilo feliz. Madrid: SM, 1985 
(1971) Vuela, pájaro, vuela. Madrid: SM, 1985 
(1971) Habí­a una vez un gallo: una historia no verdadera. Madrid: Alfaguara, 1986 
(1971) Aventuras en el baúl de los juguetes. Barcelona: Labor, 1976 
(1972) Soy un oso grande y hermoso. Madrid: SM, 1985 
(1972) Janosch cuenta los cuentos de Grimm. Madrid: Anaya, 1986 
(1975) Zampano y su oso. Madrid: SM, 1985 
(1976) Un hombrecillo en la caja de cigarros. Madrid: Altea, 1985 
(1977) Lección de sueños para un lirón. Madrid. Alfaguara, 1991 
(1977) ¡Trácate! Eres un oso. Buenos Aires: Hyspamérica, 1986 
(1978) ¡Qué bonito es Panamá! Madrid: Alfaguara, 1984 
(1978) Topolí­n atrapa una liebre. Madrid: Altea, 1985 
(1979) Buenas noches, Topolí­n. Madrid: Altea, 1985 
(1979) Vamos a buscar un tesoro. La historia del pequeño osito. Madrid: Alfaguara, 1985 
(1980) Correo para el tigre. Madrid: Alfaguara, 1985 
(1980) La odisea del león Leocadio. Madrid: Alfaguara, 1990 
(1980) Topolí­n construye una casa. Madrid: Altea, 1991 
(1980) Uno. Texto de Christine Nöstlinger. Madrid: Alfaguara, 1987 
(1981) Historias de conejos. Madrid: Espasa Calpe, 1984 
(1984) Marioneto y el gigante Barrabás. Madrid: Altea, 1985 
(1984) El señor Korbes quiere besar a la gallinita. Buenos Aires: Hyspamérica, 1986 
(1985) Yo te curaré, dijo el pequeño oso. Madrid: Alfaguara, 1985 
(1985) La cigarra violinista y el topo. Madrid: Alfaguara, 1989 
(1987) Buenos dí­as, cerdito. Madrid: Alfaguara, 1989 
(1989) Feliz cumpleaños, pequeño tigre. Madrid: Gaviota, 1993.
(1992) Mami: ¿quién hace a los niños? Barcelona: Herder, 1993.

Puesto en línea en 2003.