'Las flores de hielo', de Perla Suez, con ilustraciones de Claudia Legnazzi. Córdona, Argentina: Comunicarte, 2015.
  • 'Las flores de hielo', de Perla Suez, con ilustraciones de Claudia Legnazzi. Córdona, Argentina: Comunicarte, 2015.

El lector que se hace preguntas

Perla Suez

"Leer en voz alta, leer en silencio, llevar en la mente bibliotecas í­ntimas de palabras recordadas son habilidades asombrosas que adquirimos mediante métodos inciertos".

Alberto Manguel

 

Peleamos durante muchas décadas para dejar atrás una literatura para niños pedagógica y explicativa, y pasamos a la idea de la literatura como juego y placer y después llegaron otras variantes. Pero cada vez que estatizamos a la lengua y la dejamos encerrada en un concepto, estamos legitimando un determinado orden polí­tico y moral, y a la vez perpetuando una forma uní­voca de ver la realidad. Los que estamos en esta mesa, apostando a la literatura para niños como espacio de libertad, asumimos un compromiso con la curiosidad propia de ellos.

¿Pero cuántos autores, cuantos lectores arrastran a los más pequeños a un mundo sin preguntas? ¿Acaso un escritor, un lector o un mediador es, ineludiblemente, un impulsor de la lectura? Los libros no siempre son un espacio de libertad, pero marcan un ví­nculo definitivo con la lengua. Y como sabemos, no todos los niños tienen la posibilidad de acercarse a un libro que los conmueva y los incite a resistir a los clichés, a los lugares comunes o a las imposiciones de la lengua.

Tenemos que estar atentos porque hay un lazo muy fuerte entre vivir y leer. No alcanza con que un libro atrape al lector. Tampoco tenemos razones precisas. Porque  la lengua a veces viene disfrazada, simula ser una cosa y es otra. ¿Por qué hoy caemos de nuevo en un mundo en el cual a los niños muchas veces se les construye a través de los libros una realidad anestesiada y vací­a de sentido? Un apartarse del mundo para no verlo. Sentamos a los niños en el circo, como decí­a Séneca, para divertirlos mientras muchas de sus casas están ardiendo.

Más de una vez me han preguntado por qué hay tanta violencia y crueldad en mis libros. ¿Qué busca un lector cuando pregunta eso? ¿Una lección apaciguadora? No olvidemos que a veces las palabras pueden ser más feroces que las fieras. La literatura es una elección, no una lección. Entiendo que su condición esencial es la de exigir un lenguaje que se hunda en las zonas profundas de lo que somos. La narrativa para niños, como la de adultos, no puede escapar de ello. Como dice Ema Wolf, la literatura no es infantil. ¿Qué es infantil? ¿Qué es juvenil? ¿Acaso los niños viven en un mundo distinto del mundo de los adultos? ¿No forman parte de su realidad también la ferocidad y el horror? ¿Cuántas veces venimos repitiendo ésto? Cuando las palabras han sido vaciadas de sentido, desgarradas por el abuso de la estupidez humana, la única manera que tenemos de liberarnos de esos rigores impuestos, es volviendo a la génesis, a lo que Bruno Schulz llama la pre-patria de la palabra, la madriguera, lo esencial, el núcleo de sentido.

La posibilidad de tener un libro en las manos, de detenerse en un párrafo, marcarlo, subrayarlo, como en un diálogo abierto, donde lo hipotético se construye desde lo que uno piensa y siente, nos lleva a leer entre lí­neas, a ir y volver  y apropiarnos del sentido. A un libro hay que tomarlo por asalto y eso implica un riesgo que vale la pena asumir; lo que ocurra después es imprevisible. Un libro, leí­do de este modo incierto, trae otro libro, y éste descifra a otro, que a su vez lleva a interpretar otra cosa. Los libros tienen que ser territorios que inviten a explorar, a preguntar, no un coto de caza, sino territorios para explorar afanosamente buscando en ellos algo más de lo que ya se sabe. Creo que hay que ser audaces para que el niño entre en una historia, se involucre en ella y empiece a armar su propio relato.

Dice John Berger que lo que parece una creación no es sino el arte de dar forma a lo que se ha recibido. Berger cita a Shitao, el gran paisajista chino del siglo XVII, que decí­a que pintar es el resultado de la receptividad de la tinta, la tinta se abre al pincel, el pincel se abre a la mano, y la mano se abre al corazón. Es decir que la literatura, como decí­a Shitao, abre un espacio visceral donde ocurre algo raro, algo que posibilita un movimiento en el cuerpo y el corazón del lector, cuando éste interviene un relato.

Porque hay fisuras, y en ellas se instala el núcleo del disturbio, disturbio como la alteración de un orden impuesto en cualquier forma y en cualquier sitio. Y es en una de esas fisuras donde tenemos que penetrar. La literatura no va a cambiar el mundo de una vez, pero nos da la posibilidad de descifrarlo e interpretarlo para transformar nuestras ideas y nuestra sensibilidad, que no es poco. Cuando somos capaces de tomar el texto por asalto, podemos disentir con Calderón de la Barca cuando dice que la vida es sueño y decir que la vida no es sueño, si no aprender a despertar.

 

(Texto leí­do por Perla Suez en el II Seminario de Literatura Infantil y Lectura Libros: libros espacios de libertad, realizado en noviembre del 2015 por la Feria Internacional del Libro de Miami y la Fundación Cuatrogatos).