Cuentos para jugar
el Facebook Live de 1969

Legna Rodríguez Iglesias
Imagínate que no existen Instagram ni Facebook, que no existen los videos en línea donde podemos ver de manera inmediata a los autores de libros, incluso a los autores muertos, aquellos que solo existen gracias a sus libros. Imagínate que no existe ni siquiera la televisión. Lo único que hay es una emisora de radio que se oye las 24 horas del día. Todos los niños y todos los padres estamos pegados a nuestros radios portátiles el día entero escuchando música y escuchando cosas agradables, como por ejemplo noticias felices y cuentos absurdos que dan risa, que nos hacen reflexionar acerca de nuestras acciones, bien y mal hechas. Las orejas se nos calientan de tanto pegarlas a los aparatos radiales y de tanto forzar los oídos para no perdernos ninguna palabra.

En esa emisora internacional, de pronto, se oye la voz de un escritor italiano llamado Gianni Rodari que dice que ha escrito un libro para ser leído en forma de episodios y que nos va a encantar. Lo dice en italiano pero se entiende clarito. Y parece que es un escritor famoso nacido en la famosa Omegna. Trae puesta una corbata azul celeste, dice el escritor, para ajustarse la garganta y que las palabras no se le salgan en desorden. Qué risa nos da a todos. Por un momento nos olvidamos de las enfermedades y de la tristeza. Gianni Rodari sigue hablando o leyendo en la emisora hasta que pasan 30 minutos y se acaba el episodio. Hasta más ver, dice Gianni Rodari y se quita la corbata.

Cuentos para jugar, el libro, fueron historias concebidas con ese objetivo, explica Gianni Rodari en las “Instrucciones para su uso”. Se trataba de un programa radiofónico llamado precisamente así: Cuentos para jugar. El programa fue emitido por primera vez en 1969. Después las historias se recogieron y se publicaron en 1971 en un libro que yo leí cuando era niña. Un libro que me voló la cabeza y que me hizo pensar en Pinocho de otra manera. Un libro que todavía hoy no logro catalogar ni descatalogar, porque no es un libro, es una locura encantadora voladora de cabezas y de orejas calientes pegadas a los radios de la imaginación.

Este año 2020 se celebra el centenario del nacimiento de un autor que, además de hacer libros para niños, fue periodista, guionista, pedagogo, escritor de ciencia ficción y poeta. No me extraña que todo lo hiciera con la corbata azul celeste (o de cualquier otro color) puesta, y que en 1970, con cincuenta años cumplidos, cuando le concedieron el Premio Hans Christian Andersen, el más grande reconocimiento que se le puede ofrecer a un escritor de literatura infantil, lo recibiera con esa misma corbata.

Tampoco me extraña que Cuentos para jugar, además de divertir, se ocupe de llamar la atención sobre temas universales, sociales y culturales, con la misma fantasía descabellada, inusual, que imprimió Gianni Rodari a cada uno de sus libros. Ese sería, para mí, su sello: una fantasía descabellada. Una fantasía a la que no le falta su buena dosis de moral y didáctica. Lo que, a mi lectura de niña embobecida convertida en embobecida adulta, no le resta encantamiento; por el contrario, le suma. Conste que la literatura didáctica no es en ninguna medida algo que a mí me atraiga. Dudo que atraiga a alguien. Pero lo de Rodari es otra cosa. Lo de Rodari es magnific.

Resulta que Cuentos para jugar tiene en total veinte cuentos y veinte principios y veinte nudos y veinte desenlaces, pero no tiene veinte finales. Lo que hace absolutamente original a este pequeño libro de narraciones fabuladas, más o menos tradicionales y más o menos clásicas, son sus sesenta finales. Es decir, Gianni Rodari escribió tres finales para cada cuento. No bastándole semejante locura, insinúa a los lectores que escriban su propio final. Un final que hablará mucho de ese lector en particular y de cómo ese lector entiende el mundo. Porque al dar tantas posibilidades uno cree que podría, tal vez, terminar el cuento que empezó el autor. 

No bastándole el número sesenta, a Gianni Rodari, corbata al cuello, se le ocurre una última añadidura que habla mucho de sí mismo y del sentido pedagógico de su literatura. Antes del colofón y de enterarnos cuándo y dónde se imprimió este libro, en qué taller y con cuál máquina, Gianni Rodari escribe “Los finales del autor”. Se trata de veinte párrafos donde explica cuál debería ser el final correcto, la mejor posibilidad. 

En este momento aparezco yo, la presentadora oficial del libro, sentada en mi silla de madera dulce, acordándome de la primera vez que vi el nombre de Gianni Rodari entre mis manos, acordándome de la primera vez que leí Cuentos para jugar (no de la última) y recomiendo, sin ningún complejo de culpa y sin sentir ninguna vergüenza, saltarse la parte del libro llamada “Los finales del autor”. Tal vez está mal que lo diga, pero al escribir Cuentos para jugar, Gianni Rodari, indirectamente, nos muestra cómo podemos tomar decisiones por nosotros mismos. No solo tomar decisiones, sino sentir orgullo de eso. Para colmo nos lo muestra con humor, con ironía y despiste. La sola idea estremece.

Regresar a Cuentos para jugar tiene el riesgo de no reír del mismo modo que en otro tiempo reí. Sin embargo he reído, el riesgo se ha superado. Copiaré aquí, para que entiendas de qué te hablo, la última parte del tercer final del décimo cuento: “El gran supercrik daba salida a toda su diabólica potencia inútilmente. La Luna no se apartaba ni un milímetro de su camino de siempre. Hay que aclarar que el doctor Terribilis, docto e ingeniosísimo en todos los campos, era más bien flojo en el cálculo de pesos y medidas del sistema métrico decimal. Al calcular el peso de la Luna había confundido la equivalencia para reducir las toneladas en quintales. El supercrik estaba fabricado para una luna diez veces más pequeña y ligera que la nuestra. El doctor Terribilis rugió de rabia, volvió a subir a la navecilla espacial y se sumió en el espacio, dejando al pobre Famulus solo y abandonado en el borde del cráter lunar, sin un vaso de agua, sin un caramelo para que se le pasara el susto”.

Imagínate, entonces, que Cuentos para jugar es un juego de mesa o de cama, porque como se ha visto y oído, se puede jugar parado, sentado y acostado, porque leer y jugar son sinónimos, porque ya empezó el programa a la hora en punto, porque Gianni Rodari cumple cien años y está leyendo o hablando, imposible saberlo, en italiano de Roma, un mensaje esperanzador para millones de orejas que lo escuchan pegadas a las bocinas de millones de radios. Mientras lo imaginas, el famoso Pinocho, incluso él, hace muebles con pedazos de la nariz que se corta después de que la nariz le crece por decir mentiras. Pinocho carpintero hace millones de mesitas de recibidor y millones de mesitas de noche. Encima de las mesitas, la gente pone sus radios.

Enumero en mi mente, ahora, los veinte cuentos para jugar: “El tamborilero mágico”, “Pinocho el astuto”, “Aquellos pobres fantasmas”, “El perro que no sabía ladrar”, “La casa en el desierto”, “El flautista y los automóviles”, “La vuelta a la ciudad”, “Cuando en Milán llovieron sombreros”, “Alarma en el nacimiento”, “El doctor Terribilis”, “Voces nocturnas”, “Mago Giró”, “La aventura de Rinaldo”, “El anillo del pastor”, “Taxi para las estrellas”, “La enfermedad de Tino”, “Aventura con el televisor”, “La gran zanahoria”, “Cien liras en el bolsillo” y “El gato viajero”. Me imagino mi infancia sin esos veinte cuentos y la verdad es que no hubiera funcionado. Es decir, por supuesto que hubiera crecido y sobrevivido, pero sin Gianni Rodari, por lo que veo, tal vez no comería tantas zanahorias como las que como hoy.


Texto puesto en línea en junio de 2020.