Los Otros y Yo. Construcción de un Nosotros en la literatura infantil y juvenil hispana de Estados Unidos 

Sergio Andricaí­n

Andrea nació en El Salvador y tenía 14 años cuando cruzó ilegalmente la frontera entre México y Estados Unidos para reunirse con su madre en el sur de la Florida. “Tuve mucho miedo”, cuenta Andrea sobre ese peligroso viaje, que duró un mes. “Pensaba que nunca iba a llegar, que me iba a pasar algo malo”.

Al igual que Andrea, entre octubre de 2013 y junio de 2014 alrededor de 50 mil niños y adolescentes latinos han cruzado solos la frontera, sin la compañía de familiares adultos, como parte de un éxodo continuo de menores provenientes de México y Centroamérica. Se estima que en octubre de 2014, su número habrá ascendido a 90 mil. Siete mil quinientos cada mes. Más de 240 cada día. Esos niños no tienen ninguna certeza de obtener un estatus migratorio una vez que se reúnen con sus padres. En algunos casos, no hay adultos esperando por ellos.

Andrea bien podría ser la protagonista de un libro. Un libro que se sumaría a otros que reflejan la vida de los niños latinos en Estados Unidos: los que llegan como inmigrantes –indocumentados, en su gran mayoría– y los que han nacido y crecido aquí.

La inmigración latina a Estados Unidos tiene una larga historia. Se estima que entre 1911 y 1930, como resultado de la Revolución Mexicana, alrededor de 700,000 mexicanos emigraron ilegalmente al norte del río Bravo. Entre 1942 y 1964 el Programa Bracero propició el ingreso al país de 4,8 millones de trabajadores mexicanos, en su mayoría para ocuparse de labores agrícolas.

Antes, en el siglo XIX, importantes colonias de emigrados cubanos se asentaron en ciudades como Key West, Tampa y New York como consecuencia de las guerras de independencia que libró Cuba contra España. La implantación en la isla de un régimen comunista hizo que, entre 1961 y 1970, alrededor de 200.000 cubanos se exiliaran en Estados Unidos. Una nueva e importante oleada, conocida como el éxodo de Mariel, tuvo lugar en 1980, cuando unos 125.000 nuevos inmigrantes cubanos arribaron a Estados Unidos por vía marítima. Hay que mencionar, además, el éxodo constante en balsas y pequeñas embarcaciones de numerosos cubanos, muchos de los cuales han desaparecido en el mar.

Otro importante movimiento migratorio, proveniente de Puerto Rico, se hizo permanente a partir de 1917 cuando la concesión de la ciudadanía estadounidense a la población de la isla propició un desplazamiento libre y legal.

Los centroamericanos constituyen una parte importante de los latinos en Estados Unidos. Economías endebles, guerras y violencia, terremotos y huracanes, han alimentado ese tránsito.

En el siglo XXI, grandes cantidades de inmigrantes –legales o ilegales– han llegado provenientes de Argentina, Colombia y Venezuela a causa de la situación política y económica en sus países.

Datos del año 2012 hablan de casi 53 millones de hispanos o latinos en Estados Unidos; unos, inmigrantes; otros, nacidos en el país. Ellos representan el 16,9 por ciento de la población. Se pronostica que a mediados del presente siglo el número de latinos en Estados Unidos, inmigrantes o nativos, habrá aumentado en unos 60 millones más, y mucho se especula sobre la incidencia que esto podrá tener, política, social y culturalmente, en el perfil futuro del país. Estas cifras no contemplan a un gran número de ilegales que, por temor a represalias, no participa en los censos poblacionales.

El 23% del total de los niños nacidos en Estados Unidos en el 2002 fue traído al mundo por madres latinas. Alrededor del 66 por ciento de los hispanos que viven en Estados Unidos tiene menos de 18 años de edad; es decir: uno de cada tres latinos es menor de edad.

Estadísticas como estas y las reflexiones socioculturales que se derivan de ellas invitan a estudiar cómo ha reflejado la literatura de origen “latino” esa “cara hispana” de los Estados Unidos y, en particular, el perfil que brinda de los niños y los jóvenes.

Dentro de las obras pioneras de esa vertiente temática, se destacan dos títulos de autores chicanos: Pocho, de José Antonio Villarreal, que vio la luz en 1959, y Barrio Boy, de Ernesto Galarza, publicada en 1971. Ambas obras fueron escritas en inglés por sus autores.

Pocho muestra los conflictos de dos generaciones distintas: aquella a la que pertenece Juan Manuel Rubio, mexicano que fue parte “de ese gran éxodo que tuvo origen en la Revolución Méxicana”, y la de su hijo, Ricardo Rubio, nacido y criado en Estados Unidos, quien se resiste a aceptar la mirada llena de prejuicios de sus compatriotas, empeñados en verlo como a un extranjero por sus rasgos fisonómicos y en asignarle un rol menor en la sociedad. Ese desprecio llevará a Ricardo a luchar para ser reconocido como un ciudadano estadounidense capaz de realizar aportes significativos a su país.

Por su parte, Barrio Boy describe el itinerario seguido por un niño mexicano, junto a su madre y sus dos tíos, desde un pueblito pobre y de una sola calle hasta la ciudad de Sacramento en las primeras décadas del siglo XX. En su nuevo destino, el protagonista será víctima de la segregación por su doble condición de migrante y latino.

En las décadas más recientes, han aparecido otros libros que abordan, desde diferentes ángulos, la problemática de los inmigrantes mexicanos y la de sus hijos nacidos en Estados Unidos. En su libro de corte autobiográfico El loro en el horno: mi vida (1996), Víctor Martínez, describe, con gran veracidad, la vida de una familia latina, pobre y disfuncional, en un suburbio del valle central de California. En un entorno marginal y hostil, signado por el alcoholismo y los enfrentamientos entre pandillas juveniles, Manny, el joven chicano de 14 años que protagoniza esta historia, comienza a intuir que tiene derecho a un futuro diferente, más prometedor que ese al que parece destinarlo su realidad.

El chicano Juan Felipe Herrera refleja, en el poema narrativo The Upside Down Boy / El niño de cabeza (2000), las dificultades del chico que, traído por sus padres a un país con un idioma y una cultura diferente, debe adaptarse a patrones que les resultan extraños y difíciles de incorporar. El pequeño Juanito compara su lengua con “una piedra” porque no puede hablar en inglés, lo que lo hace sentirse solo y aislado: “Cuando salto y me levanto, / todos se sientan. Cuando me siento, / todos los niños se columpian en el aire. // Mis pies flotan por las nubes / cuando lo que quiero es tocar tierra. / Soy el niño de cabeza”.

La escritora cubana Hilda Perera, quien dejó su isla natal a comienzos de los años 1960, conoció la experiencia del exilio en carne propia. Por eso algunos personajes de sus libros para niños han dejado también atrás sus países natales y se ven obligados a asumir el reto que significa dar inicio a una nueva vida. En Kike (1984), el protagonista es uno de los 14 mil niños que salió de Cuba de forma legal, entre diciembre de 1960 y octubre de 1962, como parte de la llamada Operación Peter Pan. Kike y su hermano llegan a los Estados Unidos enviados por sus padres, obligados a permanecer en la isla. Kike saltará de un hogar de acogida a otro, hasta encontrar su lugar en una familia estadounidense de clase media alta. Cuando ya parece adaptado a su nuevo entorno, la reaparición de sus padres lo coloca en una situación límite.

La jaula del unicornio (1990), también de Hilda Perera, tiene como protagonista a María, una adolescente hondureña a quien su madre dejó al cuidado de la abuela Meche para irse a Estados Unidos en busca de mejores condiciones de vida. Cuando María se reúne con su madre en Miami, llega sin papeles y cree correr el mismo riesgo que su madre: ser deportada a Honduras.

Las novelas de Perera retratan sobriamente la división familiar que resulta de la decisión de migrar (en Kike, por razones políticas; en La jaula del unicornio, por motivos económicos). Ambas obras reflejan el sentimiento de rechazo que sus protagonistas experimentan de ciertos sectores de la sociedad y la incertidumbre que les causa un nuevo contexto. Kike lo resume así: “Desde hacía tiempo tenía una confusión tremenda. No sabía si era cubano, americano o ninguna de las dos cosas”. En La jaula del unicornio, la amenaza de la deportación pende como una espada de Damocles sobre las cabezas de madre e hija. “Yo soy ilegal. Antes era hondureña y nieta de Meche; ahora soy ilegal”, comenta María. Y más adelante añade: “Yo sé que a los niños no les hacen nada, pero a mi madre sí. A lo mejor la deportan y tengo que quedarme sola, o nos deportan a las dos y nunca podemos regresar”.

En Devolver al remitente (2014), la dominicana Julia Álvarez relata el vía crucis de una familia mexicana de inmigrantes. Mari, nacida en Las Margaritas, Chiapas, acompaña, siendo muy pequeña, a sus padres y dos de sus tíos cuando estos deciden viajar ilegalmente a Estados Unidos para ganar dinero y enviarlo a los familiares que han quedado atrás. Allí nacerán dos hermanas suyas: dos niñas distintas a Mari por el simple hecho de haber venido al mundo en territorio estadounidense. La mamá, que ha debido cruzar la frontera para visitar a su madre gravemente enferma, a la vuelta es secuestrada por unos “coyotes”. Mientras esto ocurre, el padre de Mari y sus tíos, motivados por el miedo que tienen a ser descubiertos y deportados, abandonan Carolina del Norte y se trasladan junto a las tres niñas a una granja en Boston, donde comienzan a trabajar para una familia de granjeros que no puede atender su propiedad. A Mari y sus hermanas las matriculan en la escuela, pero ella no solo se siente diferente allí, sino también en su núcleo familiar: “Es difícil ser la más distinta de mis hermanas. Algunos niños de mi antigua escuela se burlaban de mí, llamándome una illegal alien. ¿Qué tengo yo de ilegal? ¿Solo porque nací al otro lado de la frontera? En cuanto a alien, le pregunté a la ayudante de la maestra y ella me explicó que ¡un alien es una criatura del espacio que ni siquiera pertenece a esta Tierra! Así que, ¿adónde se supone que debo vivir?”. El hijo de los dueños de la granja, Tyler, el coprotagonista de esta historia, transitará desde una actitud de rechazo a los “intrusos” mexicanos a la defensa de ellos.

Devolver al remitente habla de xenofobia y de prejuicios. Pero también, como otros de los libros mencionados, de solidaridad y de defensa de los valores humanos y civiles; de la necesidad de aprender a entender al otro para incorporarlo y sumarlo a los grandes y pequeños proyectos sociales; de la importancia de que, en el camino de la integración, los inmigrantes de no renuncien a sus raíces, de que se reconozcan y acepten como representantes de otras culturas y se sientan orgullosos de serlo.
Nacer bailando (2011), de Alma Flor Ada y Gabriel M. Zubizarreta, pone el foco sobre un tema complejo: el joven latino renuente a aceptar sus raíces. Margie, una de las protagonistas, es una adolescente, nacida en una familia de origen mexicano, que pretende convencer a sus condiscípulos de que ella es ciento por ciento estadounidense, e incluso se niega a hablar español con sus padres. La llegada de su prima Lupe, proveniente de México, desencadena un conflicto de identidad y también un proceso de reconocimiento y aceptación.

Los niños y jóvenes latinos que llegan a Estados Unidos, o que han nacido y crecido en el país, tienen un espacio pequeño, pero significativo, en una literatura que refleja, entre otros conflictos, el debate entre la cultura de origen y aquella que los recibe, el drama de ser visto y tratado como “el otro”, la persecución que sufren los ilegales y las tragedias que originan las deportaciones.

El libro De raíces y sueños, publicado en el año 2013 por la Fundación Cuatrogatos, de Miami, y el CEPLI de la Universidad Castilla-La Mancha, en España, da testimonio de la importancia que la producción en español e inglés de los escritores latinos de Estados Unidos ha concedido a estas temáticas. Prueba de ello son las creaciones de escritores como Gary Soto, Sandra Cisneros, Pat Mora, Oscar Hijuelos, Daisy Valls y David Unger, entre otros.

Estos y otros autores latinos de los Estados Unidos hablan en sus libros de la necesidad de luchar por el derecho a la inclusión, a pertenecer a una sociedad en igualdad de condiciones con todos sus miembros, pero también nos recuerdan, oportunamente, que esa lucha comienza con el reconocimiento y la valoración de la identidad personal, con la celebración y el orgullo de ser quién somos.

(Ponencia presentada en el XXXIV Congreso Internacional de IBBY realizado en Ciudad de México, 2014.)

 

Bibliografía

Criado, María Jesús. Inmigración y población latina en los Estados Unidos: un perfil sociodemográfico. Instituto Complutense de Estudios Internacionales, Fundación Telefónica, Madrid, 2007. http://www10.iadb.org/intal/intalcdi/PE/2009/02725.pdf
Oficina del Censo de Estados Unidos. Estimaciones Anuales de la población de los EE. UU. por sexo y grupos de edad. 2005.