• "Teatrinos", Manuel Galich, Gente Nueva, 1983.

¡Arriba el telón! Dramaturgia para niños en América Latina

Sergio Andricaí­n y Antonio Orlando Rodrí­guez

Dentro de la literatura infantil y juvenil de América Latina, el teatro es un género que los autores cultivan desde hace muchos años. En libros y publicaciones periódicas del siglo XIX, encontramos antecedentes de estos textos para representar. 

Sin embargo, esas primeras expresiones del teatro infantil tení­an un carácter moralizante, religioso o didáctico. Su intención principal era “cultivar” las virtudes morales o celebrar fechas de la historia patria, y no recrear. No es hasta las primeras décadas del siglo XX que surge una dramaturgia latinoamericana para niños de verdadero signo estético, producida por autores-artistas. Sin ánimo de realizar un recuento exhaustivo, en este artí­culo mencionaremos algunos creadores y tí­tulos significativos de esa etapa fundacional y del momento actual. 

Villafañe, titiritero y trotamundos

Entre los pioneros cabe mencionar al argentino Javier Villafañe (1909-1996), autor de obras de tí­teres tan famosas como La calle de los fantasmas, El soldadito de guardia o El casamiento de doña Rana, estrenadas en los años treinta. Villafañe reunió sus primeros textos de teatro infantil en el libro Teatro de tí­teres, publicado en 1943. En los años sesenta y setenta, dio a conocer nuevas creaciones de gran éxito como ¡Chí­mpeti, Chámpata! y El panadero y el diablo.

Villafañe recorrió extensas regiones de Suramérica y España, en una carreta llamada La Andariega, dando funciones de pueblo en pueblo, a la usanza de los antiguos titiriteros. Su teatro de muñecos es divertido e imaginativo, de una poesí­a muy libre, con el espí­ritu picaresco de la tradición oral. Según expresaba Villafañe, “El tí­tere sólo puede vivir en las manos del niño o del poeta, porque los poetas son los que saben que para un tí­tere dos más dos deben ser siempre cinco o tres, pero nunca cuatro”.

Este gran escritor argentino también desarrolló el tema del teatro y de los tí­teres en varios de sus cuentos para niños. En el libro Los sueños del sapo (1945), por ejemplo, incluye una historia titulada “Maese Trotamundos”, en la que los personajes son los muñecos de un teatrino ambulante; mientras que en su novela El caballo celoso, publicada en los años setenta, uno de los protagonistas es un titiritero enamorado de una bella muchacha.

Javier Villafañe fue el titiritero por excelencia de América Latina, un creador original que ejerció una influencia decisiva en el desarrollo del teatro para niños de toda la región. Sus obras continúan representándose hoy, con excelente acogida, por titiriteros de distintos paí­ses.

Galich y sus fábulas sociales

El ensayista e historiador guatemalteco Manuel Galich (1913-1984) es otra de las grandes figuras del teatro para niños y jóvenes en Latinoamerica. Este autor escribió, en 1939, sus primeros textos escénicos: El canciller Cadejo y El Señor Gukup Cakix, inspirado este último en un mito maya del Popol Vuh. Ambas creaciones fueron estrenadas durante ese mismo año por las alumnas de la Escuela Normal de Señoritas de Ciudad de Guatemala. En 1940, Galich reunió en el volumen Tres evocaciones en un acto sus piezas para jóvenes espectadores: Una carta a Su Ilustrí­sima, Belem 1813 y 15 de septiembre, en las que recreó momentos de la historia de Guatemala.

A fines de 1950, cuando residí­a en Buenos Aires como exiliado polí­tico, Galich creó dos de sus obras más exitosas: Miel amarga y Ropa de teatro. Esta última es una farsa poética, en la que los maniquí­es de una tienda de disfraces cobran vida a medianoche y consiguen, unidos, que triunfe el amor existente entre dos de ellos.
Años más tarde, radicado en La Habana, Manuel Galich dio conocer el libro Teatrinos (1983), donde incluyó textos como Gulliver Junior y Entremés de los cinco pescaditos y el rí­o revuelto. Galich fue director del departamento de teatro de la institución cultural cubana Casa de las Américas; allí­ dirigió hasta su fallecimiento la revista teatral Conjunto, en la que publicó muchas obras teatrales para niños escritas por autores de Argentina, Colombia, Perú, Venezuela, Cuba y otros paí­ses. Las obras de Galich, representadas en escenarios de Europa y América Latina y adaptadas a la televisión, se valen de las metáforas y de la imaginación para abordar temas de profundo contenido social y humano.

Marí­a Clara Machado: gran teatro para pequeños espectadores

En Brasil, resulta insoslayable el nombre de Marí­a Clara Machado, autora de diversas obras representadas en escenarios de América Latina y de Europa. El trabajo de Machado se inició en 1951, cuando fundó en un suburbio de Rio de Janeiro el teatro para niños O Tablado, decidida a poner al alcance del público infantil propuestas artí­sticas de tanta o más envergadura que las del teatro para los adultos, y se dio a la tarea de crear un repertorio propio. Entre sus piezas, se destacan Pluft el fantasmita, El caballito azul, El rapto de las cebollitas, El buey y el burro en el camino de Belén, así­ como una personal versión de Caperucita Roja. Son obras de altí­sima calidad literaria, que revelan a una autora conocedora tanto de los secretos de la composición dramática como del alma infantil.

Su estilo, poético y mágico, se refleja muy bien en El caballito azul, que cuenta la historia de la amistad entre un niño pobre, llamado Vicente, y su mejor amigo: un caballo. Este animal, que para él es hermoso y de color azul, es despreciado por los adultos, entre ellos la madre del niño, quienes lo encuentran sucio y viejo. Pero, como expresa el protagonista, “¿Cómo puede ella saber el color de mi caballito si no tiene tiempo de mirarlo, ocupada en cocinar, arreglar y lavar la ropa?”

Dora Alonso, la alegrí­a de imaginar

En Cuba, a mediados de los años cincuenta, los hermanos Pepe y Carucha Camejo, junto con Pepe Carril, fundaron el Teatro Nacional Guiñol, con la ambición de elevar la categorí­a artí­stica de los espectáculos de tí­teres. A solicitud de esos jóvenes, que deseaban contar con un repertorio de obras nacionales, la destacada autora Dora Alonso (1910) escribió sus primeros textos de teatro infantil: Pelusí­n y los pájaros (1956) y Pelusí­n frutero (1957). El tí­tere Pelusí­n ”“un niño campesino simpático, pí­caro y travieso, pero de bondadoso corazón”“ se hizo muy popular, posteriormente, gracias a un programa de televisión semanal de gran audiencia.
Tras esas dos piezas, Alonso escribió otras muchas, estrenadas en los años sesenta y setenta, como Espantajo y los pájaros, Tintí­n Pirulero, Cómo el trompo aprendió a bailar, Bombón y Cascabel, Saltarí­n, Una fiesta para el conejo, Doñita Buena y doñita Bella, La letra inconforme y Mandamás. En 1992, todas sus creaciones fueron compiladas en el volumen titulado Teatro para niños.

La dramaturgia para niños de Dora Alonso es, al igual que su producción lí­rica y narrativa, vivaz, ingeniosa y llena de peripecias. Los colores y los ritmos del Caribe están presentes en cada una de sus creaciones. Dora Alonso sabe dar vida a personajes atractivos, que quedan para siempre en el recuerdo de los pequeños espectadores: ella es una de las grandes voces de la literatura infantil en América Latina.

Otros fundadores

Otra pionera de la dramaturgia para niños fue la famosa poetisa argentina Alfonsina Storni (1892-1938), quien publicó, en 1932, la obra Los degolladores de estatuas. Esa pieza fue incluida, en 1950, en el libro Teatro infantil, junto a otras de sus creaciones para niños. También su compatriota Fryda Schultz de Mantovani (1912-1978), escritora y ensayista, dio a conocer obras de teatro infantil como La morenica, Cuentos para la noche de Noel y Mamá Mazapán, reunidas en 1956 en el libro El árbol guarda-voces, publicado en El Salvador.

En Panamá, en 1937, el autor Rogelio Sinán (1904-1993) estrenó su farsa musical La cucarachita Mandinga, considerada un clásico de la literatura infantil de Panamá. Para escribir esa obra, se inspiró en uno de los más populares cuentos de la tradición oral latinoamericana, añadiéndole música, baile y elementos del folclor panameño.

En 1961, Sinán publicó Chiquilinga o La gloria de ser hormiga, una comedia de compleja estructura, con muchas referencias intertextuales, en la que entremezcla personajes inventados por él con otros provenientes del universo de las fábulas afroindí­genas del Caribe y de la cuentí­stica popular española. En 1970, escribió su tercera y última pieza de teatro infantil: la sátira polí­tica titulada Lobo Go Home.

La poetisa uruguaya Juana de Ibarbourou (1895-1979) también figura entre los fundadores de la dramaturgia para niños en la región. En 1945, apareció su libro Los sueños de Natacha, en el cual agrupó cinco obras teatrales: El sueño de Natacha, Caperucita Roja, La mirada maléfica, El dulce milagro y Los silfos. Estos textos, de gran calidad poética, actualizan personajes y motivos de la literatura infantil universal, recreados desde una sensibilidad muy singular.

Mane Bernardo y Sarah Bianchi, titiriteras argentinas, iniciaron su trabajo para niños en 1947; su producción dramática incluye historias como El encanto del bosque (1958), Los traviesos diablillos (1962) y Una peluca para la luna (1969). En Colombia hay que recordar también a Oswaldo Dí­az Dí­az (1910-1967), quien en los años cincuenta y sesenta escribió piezas teatrales como Blondinete, El mago y Cada mayo una rosa. En Uruguay sobresale la producción de Héctor Balsas con textos como Figurillas y fantoches (1956), Farsas en papel y teatro (1958), El bosque encantador (1958), La escoba de la bruja (1958) y Titeretadas para escolares (1965).

Estos y otros autores iniciaron en América Latina el camino de la dramaturgia contemporánea para niños y jóvenes. Pero”¦ ¿qué pasó después?

Los años recientes

En las últimas décadas, en paí­ses como Cuba, Venezuela, Argentina, Brasil y Colombia, numerosos directores, escenógrafos, músicos y actores se han esforzado por lograr que los espectáculos para el público infantil posean una mayor calidad literaria. Y para ello, han tenido que buscar el apoyo de escritores que aborden problemáticas actuales y eternas, capaces de hablar a los niños de hoy y de dar respuestas a algunas de sus preguntas.

Son muchos los dramaturgos latinoamericanos que han seguido los pasos de los fundadores y que escriben hoy, con talento y sensibilidad, para el público infantil.
En Cuba, por ejemplo, existe una sólida dramaturgia para la niñez, que tiene entre sus mejores exponentes a René Fernández (Romance del papalote que querí­a llegar a la luna), Gerardo Fulleda León (Ruandi, Provinciana), Freddy Artiles (¡Llega el circo!, Los tres más coheteros), Ignacio Gutiérrez (Los tres pavos reales), Antonio Ruiz (El extraño caso de la muñeca que se cayó de un cuento), Francisco Garzón Céspedes (El pequeño buscador de nidos, Redoblante cuenta que te cuenta), Roberto Orihuela (A las armas valientes), Salvador Lemis (Galápago), Joel Cano (Fábula de un paí­s de cera), Yulky Cary (Okán Deniyé, la dama del pavo real), Esther Suárez (Para subir al cielo se necesita..., Mi amigo Mozart), Eddy Dí­az Souza (De por qué la oruga se fue a la guerra). Tan amplia relación de autores, ¡en la que faltan muchos nombres!, no es producto del azar, sino del apoyo brindado durante años por las instituciones culturales del paí­s al teatro para niños: premios a los dramaturgos y a los mejores estrenos, publicaciones, escuelas para formar actores, apoyo económico a grupos profesionales, festivales nacionales”¦ En medio de ese clima, es natural que hayan surgido creadores interesados en escribir teatro para el público infantil.

Resulta de especial interés la labor del cubano René Fernández, quien ha escrito una gran cantidad de obras ”“algunas de ellas inspiradas en la cultura negra cubana, como El gran festí­n, Okin eiye ayé, Obiayá fufelelé, Los ibeyis y el diablo, Ochún y el espejo mágico, Yemayá y la maravillosa flauta y Obatalá y el castillo encantado, reunidas estas tres últimas en el volumen Reinas y leyendas”“ y las ha presentado con su prestigiosa compañí­a Papalote en festivales de teatro de tí­teres en Suecia, Francia y otros paí­ses. En opinión de Fernández, “los mejores valores se inculcan a través de buenos personajes y de fábulas atractivas: el teatro debe seguir creciendo, frente al video y a los nintendos, como un remanso de espiritualidad, como ese lugar especial y único donde la imaginación no tiene lí­mites”.

Entre los dramaturgos colombianos, no podemos olvidar a Carlos José Reyes (autor de textos como Globito Manual, El hombre que escondió el sol y la luna, Dulcita y el burrito) y Julia Rodrí­guez, maestra de titiriteros y autora de Siriko y la flauta. Entre los grupos profesionales de teatro infantil de Colombia, el más prestigioso es La Libélula Dorada, creado en 1976 por los hermanos César e Iván Darí­o Álvarez. Ellos escriben sus propias piezas (Los espí­ritus lúdicos, El discreto encanto de la isla Acracia, Los héroes que vencieron todo menos el miedo) y las representan con éxito. En los espectáculos de La Libélula Dorada abundan la alegrí­a y la imaginación, y esto obedece a una profunda convicción de sus artistas: ellos desean contagiar a su público de ilusiones, de sentimientos de justicia y de esperanza, para preservar el optimismo en la especie humana.

Otro dramaturgo y director notable es Armando Carí­as, de Venezuela, quien ha escrito y estrenado con su grupo El Chichón, de la Universidad Central de Venezuela, varias obras de corte realista que tienen el propósito de captar, por igual, el interés de los niños y de sus padres. Es el caso de ¡Viva la caja boba!, en la que analiza satí­ricamente los problemas de la “teleadicción”, y de ¿Por qué el mar es rojo?, de temática ecológica. Los espectáculos de El Chichón --grupo fundado hace más de veinte años--son interpretados por un elenco que reúne actores adultos, jóvenes y niños.

En Chile, se destaca la labor de Jorge Dí­az, autor de textos valiosos recogidos en los libros Teatro infantil y Del aire al aire, y, más recientemente, de Manuel Gallegos, quien ha publicado Encuentro en Tritón; en México, el destacado dramaturgo Emilio Carballido no ha olvidado a los niños como destinatarios de su quehacer y ha creado para ellos varias obras reunidas en El arca de Noé y Jardí­n con animales; en Perú, Sara Joffre y César Vega Herrera han estrenado obras para tí­teres que retoman los mitos y los cuentos populares indí­genas; en Argentina, una autora importante es Adela Basch, quien ha retomado para la escena infantil, humorí­sticamente, temas como el descubrimiento de América y personajes literarios como Don Quijote. También, en Argentina, hay que resaltar el quehacer de Marí­a Rosa Finchelman con tí­tulos como Donde menos se piensa... salta el estornudo y De fantasmas y otros yuyos, publicados a mediados de los ochenta, así­ como la producción de Marí­a Hortensia Lacau difundida a través de la colección El Escenario de la editorial Plus Ultra. En Costa Rica, cabe resaltar la labor de Lilia Ramos, autora de la antologí­a de textos de autores nacionales Luz y bambalinas, editada en 1982, así­ como del titiritero Fernando Thiel, quien conduce a los niños a través de una concepción poética, jocosa y contemporánea del hecho teatral.

Teatro infantil: para ver, y también para leer

Lamentablemente, en el presente, el teatro es el género menos publicado de la literatura infantil hispanoamericana. No abundan las editoriales en lengua castellana que den cabida, dentro de sus colecciones, a obras teatrales. Gente Nueva, de La Habana, es la que más atención ha concedido a este tipo de literatura. Hace algunos años, Ediciones Ekaré, de Caracas, publicó La cena de tí­o Tigre y otras obras de teatro para niños, de la autora Clara Rosa Otero, con el popular Tí­o Conejo como héroe. Plus Ultra y Colihue, de Buenos Aires, han incluido también algunas obras dramáticas en su producción editorial.

Una alegre y esperanzadora novedad es la colección Primer acto, creada en Bogotá por la editorial Panamericana. Esta colección, dedicada por entero al teatro infantil, ha publicado más de diez tí­tulos de autores colombianos contemporáneos, como Julia Rodrí­guez, Carlos José Reyes, Iván Darí­o ílvarez, Triunfo Arciniegas (Lucy es pecosa, Mambrú se fue a la guerra, La vaca de Octavio), Yolanda Reyes y Clarisa Ruiz (Una noche en el tejado). ¡Ojalá otros paí­ses se decidan a seguir este ejemplo!

Hay dos modos de disfrutar del teatro. Uno es asistir a una representación y entrar en contacto con la magia de los actores, de la escenografí­a y de la música. El otro, es leyendo las obras e inventándoles, en nuestras mentes, una “puesta en escena”. Ambos modos son igualmente válidos y enriquecedores. Ambos deben ser transmitidos a los niños. 

Bogotá, 1987.