Primera edición de
  • Primera edición de "The Catcher in the Rye" ("El guardián entre el centeno), de J. D. Salinger, con cubierta de E. Michael Mitchell. Little, Brown and Company, United States, 1951.

La tenue lí­nea entre seleccionar y censurar

Judy Goldman

El tema de la censura de los libros para niños y jóvenes es, sin duda, polémico. ¿Se debe o no se debe prohibir la lectura de algún libro? En ese caso, ¿quién tiene el derecho de hacerlo y quién no? 

Cuando se habla de literatura infantil hay, por lo general, dos posturas. Una que la rechaza completamente pues cree que a los niños y jóvenes hay que exponerlos a una gran variedad de información para enseñarles a ser abiertos, imaginativos, respetuosos y crí­ticos; y otra que está a favor de ella pues opina que a los pequeños y a los no tan pequeños hay que protegerlos de las cosas -malas  de la vida según su particular criterio.

En Estados Unidos, donde existen muchas denuncias y casos documentados (a diferencia de México), la censura de libros para niños puede venir de cualquier posición dentro de un amplio espectro social y polí­tico, pero generalmente se debe a puntos de vista de la extrema derecha, donde es considerado ofensivo el material que va en contra de ciertos valores morales y religiosos; o de grupos liberales de izquierda, que buscan retirar o limitar el acceso a libros donde hay estereotipos sexuales y raciales que mantienen viva la intolerancia, pero haciéndolo de una manera tajante, sin explicaciones y, en ocasiones, sin tomar en cuenta la realidad social que, aunque no se justificaba, se viví­a en la época en que se escribieron muchos libros considerados como clásicos. Esto, por ejemplo, es lo que pasa con Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain, uno de los libros más atacados de la historia por la forma en que se retrata a la población negra.

En Estados Unidos hay libros que han sido retirados de las bibliotecas escolares o colocados en anaqueles de acceso restringido y solo se permite que los lea el menor que tiene permiso de sus padres o tutores. Hay grupos de padres que, al querer involucrarse directamente en la educación de sus hijos, se sienten con el derecho de escoger cuál será el material de lectura de todos los niños que asisten a esa escuela. Algunos padres buscan prohibir la lectura de una obra pues creen que exponer al niño o joven a una idea o conducta perturbadora le da permiso de hacer lo mismo. Por otro lado, quienes se oponen a la censura creen que los lectores juveniles pueden determinar por sí­ mismos si los comportamientos que encuentran en un libro son o no dignos de emulación. Estos adultos creen que los menores aprenden a tomar decisiones basadas en los valores que los padres les enseñan y que, además, la censura coarta la libertad intelectual. Lo más importante es que ningún grupo o individuo tiene el derecho de imponer sus estándares morales o literarios a otros que no concuerdan con ellos.

El problema de la intolerancia no se resuelve prohibiendo un libro con estereotipos: es mejor leerlo para detectarlos y hablar de ellos abiertamente. Al prohibir, ocultar o limitar la lectura de una obra se atenta contra el libre flujo de ideas y, aunque circulen libros que a uno le pueden parecer terribles por su contenido, es preferible que no se difundan de manera clandestina pues resulta peor el daño que puedan ocasionar.

Las quejas y razones para prohibir un libro son muy diversas y van desde las absurdas hasta las que pueden parecer justas y razonables. Algunas denuncias no han pasado a más. Otras han logrado restringir el acceso a libros que un grupo minoritario considera no apto para mentes inocentes y maleables. En lo que se refiere a novelas contemporáneas para adolescentes, donde se llegan a tratar temas como las relaciones sexuales o la prevención de la drogadicción y el alcoholismo, algunos adultos intentan prohibirlos pues creen que permitir su lectura es dar licencia a los jóvenes para convertirse en -viciosos  sin tomar en cuenta que en estos libros pueden encontrar soluciones y respuestas a situaciones similares que les suceden en la vida real.

Entre los muchos cuentos o libros que en algún momento se han tratado de censurar en Estados Unidos están La bella durmiente (por ser violento), ¿Dónde está Wally? (por enseñar el pecho desnudo de una mujer) y Las brujas, de Roald Dahl (por incitar a los niños a practicar la brujerí­a). En un colegio se llegó al grado de exigirle a la bibliotecaria que le pintara calzones al niño desvestido del clásico de Maurice Sendak In the Night Kitchen y, en otra escuela, que dibujaran cobijas a las ilustraciones de unos bebés desnudos. A la lista se puede agregar Blanca Nieves (por inmoral pues vive con siete enanos) y los libros de Harry Potter (que han logrado que millones de niños que no leí­an se convirtieran en lectores) por encaminar a los niños hacia el satanismo, la brujerí­a y la supercherí­a. También hay obras que han sido vedadas porque en ellas se habla de la homosexualidad. Una de ellas es el libro álbum Tres con Tango, de Justin Richardson y Peter Parnell y con ilustraciones de Henry Cole. El libro narra cómo una pareja de pingüinos machos empollan un huevo y, al nacer Tango, forman una familia. La derecha lo atacó “ “y lo sigue atacando “ “ por ser considerado un tema homosexual. (1)

Siempre habrá gente que encuentre material ofensivo en lo que lee y es casi imposible dar con un libro que guste a todos. Entonces, cabe preguntarse, ¿qué es mejor, producir nada más literatura esterilizada y color de rosa donde se trata de darles gusto a todos? No tiene nada de malo que los más pequeños lean este tipo de libros: es más, es recomendable, pues el final feliz les da seguridad y tranquilidad. Pero, al ir creciendo y madurando, ¿se puede mantener al lector en la ignorancia de temas de la vida real o conviene abrirle los ojos ante ellos ya que en la lectura puede encontrar posibles soluciones a problemas y situaciones afines? Y, lo más importante, ¿quién tiene derecho de seleccionar y censurar? En el seno de la familia, los padres son los únicos que lo tienen mientras sus hijos sean menores. Pero, ¿tienen el derecho de imponer sus valores y gustos al resto de la gente con quienes entran en contacto? En la escuela, ¿los directivos y maestros deben escoger el material de lectura según sus gustos o basados en el conocimiento de sus alumnos, o escogerlos según pautas y criterios escolares, o de acuerdo a lo que exigen los padres de familia? La escuela o grupo de padres, ¿tiene derecho de forzar una elección dentro y fuera de la institución? Al responder, téngase en cuenta que la lí­nea entre seleccionar y censurar es muy tenue.

Los padres deben y tienen la responsabilidad de guiar a sus hijos y solo a estos. Cuando se encuentra material que presenta estereotipos, ¿no es mejor hablar del tema para mostrar lo equivocado de esa postura y así­ no fomentarla en los niños? El maestro, a su vez, puede aprovechar estos temas para discutirlos de manera libre. 

Con esto, se busca que los lectores juveniles se conviertan en individuos pensantes, creativos, imaginativos y crí­ticos y no en lo contrario: personas pasivas que reciben todo sin cuestionamientos. 

 

(1) La American Library Association (ALA, por su sigla en inglés), que defiende el derecho a la libre lectura, tiene una extensa lista de libros que han sido atacados, por diversas razones, a través de los años. Entre ellos están El diario de Ana Frank; Annie on my Mind, de Nancy Garden; Un puente a Terabithia, de Katherine Patterson; El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, y la trilogí­a de Philip Pullman La materia oscura. Se puede consultar en http://www.ala.org/bbooks/