• Infinitos

    Texto de Adolfo Córdova. Ilustraciones de Cristina Sitja Rubio. Colección Los especiales de A la orilla del viento. Ciudad de México: Fondo de Cultura Económica, 2020.

La infinitud de la niñez

Ena Columbié
Hay libros que hablan, que son independientes y que van por donde les place. Cuando decides leer un libro, no trates de interpretarlo o comenzar a buscarle los detalles, lo que debes hacer es escucharlo con mucha atención. Tal vez tarde un poco en desvelarse; si eso sucede, déjalo reposar y luego vuelve a él con la misma devoción con que cada noche vas en busca del sueño reparador.

Infinitos (Fondo de Cultura Económica, 2020), escrito por el autor mexicano Adolfo Córdova e ilustrado por la artista venezolana Cristina Sitja Rubio, es uno de esos libros que habla a veces y luego calla por un rato, para que el lector descubra por sí mismo lo que esconde. Es también una propuesta por medio de la poesía y la imagen para que los niños busquen y encuentren la persona que los habita, y un reto para descubrir el infinito que los rodea.

El poema va al nacimiento de la razón, a la eterna pregunta que mueve las dudas del individuo, "Ser o no ser", popularizada por el dramaturgo inglés William Shakespeare en el soliloquio de su obra Hamlet; pero el poema es críptico, un tanto oscuro, y en una primera lectura puede resultar espinoso para la interpretación de los niños a quien va dirigido. Sorprendentemente ese escollo se soluciona con la luz, las imágenes y los colores de las ilustraciones de Sitja. No es que Córdova haya cometido algún error, es que a los adultos nos cuesta trabajo dejar de cuestionar qué es bueno y qué no para los niños; sin embargo el escritor parece tener claro que ellos solo necesitan pocas palabras para entender, que les alimentan las imágenes y los colores. El poeta no los subestimó. Con los primeros versos interrogadores activa la reacción: “¿Dónde empiezo? / ¿Dónde termino? / ¿Qué hay en el camino entre mi frente y mis pies? / ¿Cuántos mundos tengo?”. Acto seguido, sin necesitar más, el lector se desborda en la exploración de soluciones para los misterios personales: la mano, su palma y el puño; los ojos, los brazos, las piernas y los pies; la risa, el llanto, la oreja, la boca, la espalda y el pecho; la piel. 

La ilustradora interpreta y expresa, impulsa el imaginario, guía desde su primer dibujo, como antes hiciera el poeta con sus primeros versos, hacia las respuestas por descubrir. En la portada aparece la primera decantación cuando pluraliza el pensamiento singular del que escribe; no es uno, son dos los niños, una hembra y un varón, ambos sentados de espalda frente a las incógnitas, invitándonos, a todos, grandes y chicos a sentarnos para descifrar juntos los acertijos. 

La riqueza del mundo dibujado va más allá de las palabras, permite múltiples lecturas, historias que puede armar cada lector de forma diferente; los niños también son pájaro, pez, puma, perezoso, caballo, serpiente, oso caimán… rodeados de una selva frondosa y divertida donde corren y juegan, pero también aprenden. 

En el final, después de un recorrido completo por el cuerpo propio y los posibles, aparece otra premisa universal atribuida al filósofo griego Sócrates: “Solo sé que no sé nada”, por eso y para conquistar el saber, ahí está la imagen de ambos niños leyendo y pintando, creando y descubriendo otras aventuras en la selva infinita de su cuarto.