Ilustración de cubierta de 'The Lion, the Witch and the Wardrobe', de C.S. Lewis (1950)
  • Ilustración de cubierta de 'The Lion, the Witch and the Wardrobe', de C.S. Lewis (1950)

"Tu canon no, el mí­o sí­": las listas de LIJ como propuestas de lectura

Paula Rivera Donoso

En abril de 2015, la BBC publicó un listado de 11 obras que resultaron ser las más frecuentes en ser mencionadas por una muestra de crí­ticos y teóricos especializados ante la siguiente pregunta: "¿Cuáles son los mejores libros infantiles de todos los tiempos?".

Como era de esperarse, la selección suscitó sorpresas por sus preferencias y ausencias, algo que incluso se hizo notar, casi a modo de advertencia, en el texto introductorio. Naturalmente, una pregunta tan compleja como la planteada habrí­a de generar respuestas con las que no necesariamente se podrí­a concordar. Después de todo, la muestra sólo incluyó a un puñado de personas, quienes han formados sus perfiles lectores a partir de sus gustos personales, su formación y sus labores profesionales. Podrí­a criticarse entonces que no se hayan incluido más agentes relevantes, como profesores, mediadores de lectura o bibliotecarios. Es decir, agentes que probablemente puedan tener un contacto más directo con las tendencias actuales en literatura infantil y juvenil y que, por tanto, pudieran determinar con mayor propiedad qué obras los niños y jóvenes han seguido leyendo con entusiasmo a pesar del paso del tiempo y de la invasión de best sellers.

Una crí­tica como esta es válida en la medida en que cuestiona el alcance y pertinencia de los entrevistados en relación con la amplitud y complejidad sugerida en la pregunta formulada. En otras palabras, las obras elegidas sin duda tienen méritos de sobra para destacarse sobre otras, pero es probable que eso no tenga por qué significar que efectivamente sean "los mejores libros infantiles de todos los tiempos". Al menos no para otros segmentos de interesados, o quizá incluso para los propios lectores infantiles y juveniles contemporáneos.

Este tipo de reparos son habituales en todo listado de caracterí­sticas similares: es imposible complacer a tantas personas con formaciones y preferencias personales. E igualmente es imposible hacer una selección tan acotada sin marginar a una obra relevante, considerando la gran cantidad de trabajos valiosos que nos ha legado la literatura infantil y juvenil a lo largo del tiempo.

Sin embargo, existe otra crí­tica mucho más interesante de discutir: el sesgo cultural de quienes eligen estas obras por sobre otras. Al respecto, se ha señalado con desconcierto que casi todos los libros elegidos fueron escritos en inglés, aunque se podí­an mencionar también libros escritos en otros idiomas que hubieran sido traducidos a esta lengua. Se ha achacado esta ausencia a la procedencia inglesa o norteamericana de los crí­ticos.

El resultado final, de este modo, ha reflotado viejas discusiones que en realidad nunca han perdido su vigencia: las implicancias culturales de los cánones literarios. Vuelve a aparecer la figura de Harold Bloom y su osadí­a de no incluir más autores hispanoamericanos en su The Western Canon (1994), por ejemplo. Incluso, ya que estamos discutiendo algo vinculado a la LIJ, se hace pertinente recordar su polémica antologí­a Stories and Poems for Extremely Intelligent Children of All Ages (2002), que al parecer generó más crí­ticas en el ámbito hispano por la presunta anacroní­a de los textos seleccionados o la pretensión del tí­tulo antes que análisis de las cualidades literarias de los propios relatos y poemas incluidos.

El problema de este tipo de cuestionamientos es que soslaya algo fundamental: el valor estético intrí­nseco de las obras elegidas, al margen de los sesgos que les hayan permitido esa posición. O bien, aquellas caracterí­sticas que harí­an de ellas libros capaces de despertar el interés y el amor de niños y jóvenes, sin importar sus orí­genes o la década en la que hayan nacido.

Sorprende que Eva Rodrí­guez, la autora de la nota de Actualidad Literatura, uno de los sitios que compartió la noticia en el medio hispanoamericano, confiese que solo ha leí­do un libro de la lista: Mujercitas, de Loise May Alcott. Otras webs o blogs en español que han hecho eco de la nota han señalado también cuántos libros han leí­do, y los números son mí­nimos. En esas condiciones, por supuesto que no se pueden hacer crí­ticas sólidas a la selección misma, ya que se desconocen los potenciales méritos por los que estos libros podrí­an haber sido elegidos. ¿Qué queda entones? Centrarse en lo más evidente: que todos pertenezcan a la tradición literaria de habla inglesa. Entonces, muchos reparos vienen a adquirir el siguiente trasfondo: critico la selección porque, al ser libros que pertenecen a una tradición literaria que me resulta lejana y por la que nunca me he interesado demasiado, no los conozco mucho. Y si no los conozco, pienso que no valen, o bien, que deben valer algo, pero que ese valor tampoco me importa mucho porque tengo mi propia tradición a la que apoyar.

Es decir, se estarí­a cayendo en el mismo sesgo que con tanta vehemencia se le reprocha a la tradición de literatura de habla inglesa, con la salvedad de que ésta parece tener más notoriedad que la hispanoamericana y, por tanto, mayor capacidad de imposición cultural.

¿Cometieron un error los crí­ticos al mencionar tantas veces las obras elegidas en la lista de la BBC? Por supuesto que no: hablan desde su experiencia personal como lectores y profesionales. Si indagamos en sus lecturas esenciales, es obvio que han de encontrarse obras escritas en inglés; lo mismo sucederí­a en el caso de crí­ticos hispanoamericanos, con obras escritas en español.

Me atreverí­a a decir que todo lector hispanoamericano tiene un puñado de Barcos de Vapor surcando las aguas de sus memorias infantiles, algunos más encantadores que otros. No importa qué tan especializados podamos ser: creo que es imposible apartarse del todo de las obras que leí­ste en tu infancia si te preguntan por las mejores obras infantiles. Eso explicarí­a otra de las crí­ticas habituales a la lista: la antigüedad de los tí­tulos. Sí­, el más reciente es de 1968. Pero si te preguntan por lo mejor de "todos los tiempos", no vas a estar en condiciones de nombrar Harry Potter (1997-2007), por ejemplo, porque aún ignoras si va a seguir leyéndose con el mismo fervor en cincuenta años más. Es posible, pero es demasiado pronto para afirmarlo. Los crí­ticos solo cuentan con las obras que han sobrevivido al paso de tiempo y que siguen creando entusiasmo tanto en investigaciones de LIJ como en las bibliotecas personales de los niños. O, para no ir tan lejos, con las obras que ellos mismos, de adultos, siguen leyendo y disfrutando aun ahora.

Sí­ creo que es factible criticar el alcance de la pregunta de la BBC. Podrí­a haberse acotado bastante, tal vez para delimitar únicamente la tradición inglesa, o incluso reformularse para plantearse como una selección más. Pero claro, eso habrí­a suscitado menos interés y discusión.

¿Cuál serí­a entonces la mejor opción para interpretar un listado como éste, sin caer en quejas de base razonable pero sin fundamento real? No creo que exista una opción superior a otra, la verdad, y eso me permite introducir mi respuesta personal: creo que deberí­amos valorar estas listas como una propuesta más, una que nos permita revisitar o conocer por primera vez obras que han sido muy bien evaluadas por ciertos especialistas, pero no como un canon definitivo, si es que tal cosa realmente existe. Cuánto ganarí­amos si en lugar de quejarnos de que la muestra no represente nuestros propios intereses canónicos pensáramos crí­ticamente en los posibles criterios de elección y, más importante que todo, nos animáramos a leer los tí­tulos elegidos.

En eso, paradójicamente, la tradición hispanoamericana tiene muchí­simas ventajas: es probable que los lectores de habla inglesa ya hayan leí­do buena parte de la muestra, no así­ los lectores de Latinoamérica y España. Esta es una excelente oportunidad para apartar prejuicios y salir de nuestras zonas de confort para ir en búsqueda de nuevas lecturas. ¿Que los ingleses o norteamericanos no lo hacen? Pensar eso como argumento me parece prejuicioso y pueril; aun si así­ fuese (y no lo es), ¿qué importa? Allá ellos. No deberí­amos perdernos la posibilidad de conocer nuevas obras como represalias por el supuesto desinterés ajeno, si realmente nos importa la literatura. La experiencia podrí­a enriquecernos de manera insospechada, y pienso que incluso podrí­amos encontrar más puntos de diálogo con obras de culturas y tiempos muy distintas a los nuestros de lo que esperarí­amos. ¿Qué es un clásico sino eso?

Una respuesta complementaria a la que he planteado es la de Román Belmonte, en su blog Donde viven los monstruos: leer y decidir por nosotros mismos el valor de los libros infantiles, al margen de las recomendaciones de crí­ticos, escritores o instituciones. Ahora bien, cabrí­a matizar esta sugerencia. ¿Qué pasa si nosotros somos crí­ticos o escritores o si trabajamos en una institución? A veces se tiende a olvidar que toda esa gente también es lectora, más allá de las imposiciones de sus desempeños en sus lecturas. Lo más probable es que, a quienes nos interesa mucho la LIJ sin ser ya niños ni adolescentes, estemos vinculados a ella desde alguno de esos perfiles.

En mi caso, he leí­do ocho de los once libros de la lista de la BBC y concuerdo en que son maravillosos, obras que yo misma recomendarí­a para algunos niños o que derechamente destacarí­a como obras adultas (1). Por supuesto que deseo leer los tres que no he leí­do aún. Y por supuesto también que han habido ausencias que me han dolido, como las de J.R.R Tolkien, Michael Ende, Edith Nesbit, Christine Nöstingler o Astrid Lindgren, pero siento que mi responsabilidad como lectora es difundir el trabajo de estos autores con personas que también puedan valorar sus libros infantiles. En especial porque, contrario a lo que se cree, las obras clásicas de literatura infantil europea tienen menos presencia en paí­ses de habla hispana, sobre todo en Latinoamérica, de lo que podrí­a pensarse.

Algunas de ellas están incluidas en planes lectores escolares y otras sobreviven en las librerí­as gracias a sus adaptaciones fí­lmicas, pero ¿se leen realmente? Al parecer, las primeras se leen ante todo como obligación y las segundas como divertimento paralelo —y muchas veces poco satisfactorio— a su respectiva pelí­cula, que probablemente exponga una historia y un lenguaje muy distinto al de la obra original. En Latinoamérica, muchos de los agentes que he mencionado anteriormente (crí­ticos, profesores, mediadores de lectura, bibliotecarios) no parecen tener demasiada competencia para abordar académicamente estos tí­tulos ni para acercarlos de manera enriquecedora a los niños y jóvenes. Las principales razones son sencillas: esta es una tradición literaria distinta a la que han estudiado en las aulas universitarias o a aquella con la que suelen trabajar en su campo académico o educativo. Esto implica que algunas de estas obras sean percibidas anulando su particular contexto de producción, distinto al de nuestro continente, o bien, en el caso de clásicos infantiles de Fantasí­a, que sean estudiadas, comprendidas y leí­das junto a un montón de best sellers fantásticos contemporáneos con los que no tienen nada que ver en términos estéticos. Esas generalizaciones son peligrosas y, desde luego, enturbian injustamente las valoraciones de estos trabajos.

Casos como el de la lista de la BBC ayudan a evidenciar nuestra necesidad de estudiar, investigar y leer más obras, no sólo aquellas con las que podrí­amos estar más familiarizados por nuestra procedencia. Es necesario también abrir espacios de trabajo, formación y capacitación que no separe la LIJ por idioma o continente. No es posible que desestimemos la lectura o estudio de una obra por no ser hispanoamericana, bajo razones tan quebradizas como el hecho de que ya ha sido bastante leí­da o estudiada en Europa o Norteamérica. ¿Qué importa eso? Quizá ese libro en particular sí­ ha recibido mucha atención en esas zonas, pero no aquí­. ¿No serí­a interesante conocer cómo nosotros, en nuestra calidad de lectores latinoamericanos, percibimos estos libros, aparentemente tan lejanos a nuestra experiencia? Creo que esas lecturas también son importantes, pues reavivan la discusión.

Ahora bien, ¿cuántos centros de estudio o instituciones latinoamericanas fomentan un trabajo dialógico de literatura infantil en lengua inglesa (o, para el caso, de LIJ en alemán, en japonés, en finés, etc.) con la hispanoamericana? Yo, en Chile, no conozco ninguno vigente. ¿Y cuántos lectores infantiles latinoamericanos están efectivamente leyendo ahora Una arruga en el tiempo, de Madeleine L'Engle, por ejemplo? Me temo que muy pocos, y me atrevo a sostener que no es porque no les interese o no sea cercana su historia a su contexto, sino porque la edición en español está descatalogada hace años. Es decir, ni siquiera se les brinda la oportunidad de decidir por su cuenta si esta u otras obras valen la pena.

Sin duda, como apunta Román Belmonte en su entrada, las diferencias culturales respecto a otros paí­ses y otras épocas puede dificultar la comprensión de un libro, pero ahí­ cabe rescatar la labor de los agentes mencionados para acercarlo a niños y jóvenes tras una labor responsable de lectura y estudio. Las mejores obras de LIJ, aquellas que tienen sombra de clásico, son las que logran conectar con la experiencia humana en toda su trascendencia y que siguen siendo relevantes para el lector desde que es niño hasta que se vuelve adulto. Y de esas, qué duda cabe, las tenemos escritas en bastantes idiomas y desde bastantes paí­ses.

Una lista o selección con pretensiones de canon puede resaltar algunas y opacar otras, pero al final siempre dependerá de cada lector qué hacer con ello: quejarse, proponer su propia selección o tomárselo como una sugerencia más, por ejemplo. Soy partidaria de esto último. No creo que un canon de LIJ tenga que invalidar a otro, ni que forzar una nueva propuesta como réplica (o insinuarlo) sea una opción deseable. El criterio de los responsables de una selección puede ser o no cuestionable, pero es una opción adicional que presentarle a los niños y jóvenes, sobre todo cuando se recuerda que ellos no están tan expuestos a los dictámenes de los especialistas como a los del mercado.

Si vamos a sostener que la elección personal es lo más importante para determinar el valor de una obra, démonos el trabajo de ampliar el abanico de posibilidades y permitamos que cada uno de nosotros pueda crear su propio canon a partir de una extensa muestra, o bien, estar en condiciones de discutir cánones ajenos una vez que al menos conozcamos bien las obras que los integran. Quizá, en la medida en que realmente podamos leer más obras que las que se legitiman en nuestros respectivos espacios, encontremos que esta diversidad es más digna de celebración que de reproche.

Nota:

[1] Ese es el caso de Un mago de Terramar, de Ursula K. Le Guin, que aborda inquietudes propias de los primeros años de la adultez y no de la infancia. Si hay algo que creo realmente criticable de este listado, es precisamente la inclusión de esta obra, sobre todo porque la autora tiene otros libros reconocidos como infantiles y que exhiben un uso del lenguaje y unas temáticas bastante distintas a ésta. Por desgracia, como al parecer muchos lectores que han alzado  voces disidentes no han leí­do esta novela, esta observación se les ha pasado por alto.