Ilustración de la artista colombiana Esperanza Vallejo para
  • Ilustración de la artista colombiana Esperanza Vallejo para "Los zapaticos de rosa", poema narrativo de José Martí­ incluido en el volumen "La Edad de Oro", de la colección Cajón de Cuentos. Panamericana Editorial, Bogotá, 1997.

Las edades de oro

Carlos Pintado

La primera edad: el milagro

La mayorí­a de las revistas de literatura que han surgido desde que el mundo es mundo o la imprenta es imprenta comparten —como destino inevitable— una limitadí­sima vitalidad frente al mar inconmovible del tiempo. Pocas perduran, es cierto. Pocas son las que sobreviven como si algún diablillo malvado, podómetro en mano, les estuviera midiendo —entre los resquicios de sus páginas— los pasos que completarán la distancia que han de recorrer. El tiempo es la espada de Damocles de todas las revistas. En condiciones favorables, aun cuando editores, escritores y lectores parecen compartir una sinergia esperanzadora y aglutinante, cuando todos celebran esas estaciones de gloria que implica la circulación de las revistas, ocurre el insalvable naufragio, y la revista o las revistas languidecen, se apagan, pasan a ser memoria.

La Edad de Oro, como la mayorí­a de las revistas, tampoco escapa inicialmente a ese destino triste; (recordemos que solo se publicaron cuatro ediciones entre los calurosos meses de julio y octubre de 1889 de Nueva York, porque Martí­ se opuso, según dicen, a la idea del editor de hablarle a los niños sobre el temor a Dios). Pero La Edad de Oro consigue uno de los pocos milagros —si no el único— que puede experimentar una revista que ya ha desaparecido: su transmutación en libro, hecho que la aparta del resto del género, y como ave fénix regresa para librar batalla, lo que hace que recobre su vitalidad y que cambie de forma mientras se sacude todo el polvo del limbo al que fue confinada, con lo cual logra persistir finalmente en una única forma: la de libro o revista-libro, que es como la llegarí­an a conocer años después miles de lectores, y es como muchos la conocen hoy dí­a. Hablar entonces de persistencia en el tiempo de La Edad de Oro —hoy la revista o el libro goza de gran vitalidad— es analizar qué elementos lo han hecho posible. 

La segunda edad: los poemas

Hablar de apenas cinco poemas en un libro que parece fluir hacia y desde la poesí­a no es tarea fácil, como si quisiéramos apartar de la llamas del fuego los sorpresivos destellos que lo conforman y agitan. No hace falta explicarnos que una cosa es poesí­a (entiéndase como poesí­a la expresión artí­stica que va mucho más allá del imperio carcelario del poema o como poema a esa obra en verso en que encerramos, bajo cuatro llaves y formas sintácticas, lo que conocemos por poesí­a). Pero antes de explicar más, Martí­ ya nos ha advertido que en la revista que estamos a punto de leer se nos dirá “cómo se hace una hebra de hilo, cómo nace una violeta, cómo se fabrica una aguja, cómo tejen las viejecitas de Italia los encajes”. ¿No nos está advirtiendo, desde el inicio, que nos adentramos en el maravilloso reino del misterio, o lo que es todaví­a mejor, en el verdadero nacimiento del misterio? Y, me pregunto, ¿no es acaso la poesí­a o los poemas uno de los misterios mayores que tiene este libro? 

En las dos primeras entregas Martí­ intercala los dos poemas entre una narración y otra. Al bellí­simo texto narrativo de los “Tres héroes” le sigue el primer poema del libro “Dos milagros” que a su vez precederá al archiconocido cuento “Meñique” y a continuación de este irá el poema “Cada uno a su oficio”. Pero quedémonos en el primer poema que escribiera Martí­, un poema que ya desde el tí­tulo encierra la doble circunstancia del misterio: “Dos milagros”; escrito en rima consonante, empieza con dos versos heptasí­labos:

Iba un niño travieso
Cazando mariposas;

Seguidos de dos endecasí­labos:

Las cazaba el bribón, les daba un beso,
Y después las soltaba entre las rosas.

A los que siguen, en igual orden y conteo silábico:

Por tierra, en un estero,
Estaba un sicomoro;

hasta rematar:

Le da un rayo de sol, y del madero
Muerto, sale volando un ave de oro.

Una vez leí­do el poema es inevitable no querer adivinar cuáles son esos dos milagros a los que se refiere Martí­. ¿Que el niño travieso cace mariposas y que al atraparlas con su mano las bese, para después soltarlas entre las rosas, es un “primer milagro” o son tres milagros que se confunden en uno? Martí­ deja ese llamémosle primer milagro para que el lector, niño o niña o adulto, lo adivine según lo que considere como “milagro”, si entendemos por tal todo aquello que se aparta de la realidad, de lo normal, de lo cotidiano como hecho inexplicable o extraordinario.

Los siguientes cuatro versos con que concluye el poema repiten el mismo patrón de la métrica, pero ya con el alivio de que el milagro se nos vuelve más evidente... o eso creemos. Veamos. Elige Martí­ un sicomoro, árbol que nos recuerda a Egipto, al que un único rayo de sol deberá tocar; hecho que hará que del tronco muerto salga volando “un ave de oro”. Si nos inclinamos a pensar en el valor alquí­mico del último verso, encontramos fácilmente el “segundo milagro:  el “ave de oro” que sale volando; pero si por el contrario nos ajustáramos al valor metafórico del verso, ese que el poeta en pleno uso de todos los recursos poéticos decide usar para embellecer el ave que vuela dorada (ya no es de oro) bajo el rayo de luz, ¿no nos harí­a esto reevaluar cuál serí­a entonces el “segundo milagro”? Si lleváramos la lógica a los extremos, ¿no serí­a también un milagro que ese “único rayo de sol” tocara al sicomoro que está, por tierra, en un estero? Estoy inclinado a pensar que Martí­ limitó deliberadamente a dos la cantidad de milagros para que años después siguiéramos en esta disyuntiva. Interesante también es ver cómo Martí­ introduce el paisaje de la muerte (el niño como cazador de mariposas en el “primer milagro” y el madero muerto en el “segundo milagro”), para pasar, en idéntico desenlace, al sorpresivo elemento de perdón (cuando las besa) hasta liberarlas (cuando las suelta entre las rosas) o cuando sale volando la ya enigmática “ave de oro”. Mariposas y ave de oro en fuga como simbologí­a de la vida, de la continuidad, aleteando las dos hacia futuras libertades.

Con el segundo segundo poema, “Cada uno a su oficio”, que aparece acompañado de la aclaración siguiente: “Fábula nueva del filósofo norteamericano Emerson”, hagamos el ejercicio de comparar los versos en inglés del poeta estadounidense con la “traducción” de Martí­. 

Fables 
Ralph Waldo Emerson (1803-1882)

The mountain and the squirrel 
Had a quarrel; 
And the former called the latter "Little Prig." 
Bun replied, 
"You are doubtless very big; 
But all sorts of things and weather 
Must be taken in together 
To make up a year 
And a sphere. 
And I think it no disgrace 
To occupy my place. 
If I'm not so large as you, 
You are not so small as I, 
And not half so spry. 
I'll not deny you make 
A very pretty squirrel track; 
Talents differ: all is well and wisely put; 
If I cannot carry forests on my back, 
Neither can you crack a nut."
 

Cada uno a su oficio 
José Martí­ (1853-1895)

La montaña y la ardilla
Tuvieron su querella:
¡Váyase usted allá, presumidilla!”,
Dijo con furia aquélla;
A lo que respondió la astuta ardilla: 
Sí­ que es muy grande usted, muy grande y bella;

Mas de todas las cosas y estaciones
Hay que poner en junto la porciones,
Para formar, señora vocinglera,
Un año y una esfera. 
Yo no sé que me ponga nadie tilde 
Por ocupar un puesto tan humilde.
Si no soy yo tamaña 
Como usted, mi señora la montaña, 
Usted no es tan pequeña 
Como yo, ni a gimnástica me enseña. 
Yo negar no imagino 
Que es para las ardillas buen camino 
Su magní­fica falda: 
Difieren los talentos a las veces: 
Ni yo llevo los bosques a la espalda, 
Ni usted puede, señora, cascar nueces.”

Martí­ vuelve a utilizar a la naturaleza, mucho más evidente ahora, como escenario en donde “ocurre” el poema; y vuelve, también, a la rima consonante y a los versos heptasí­labos y endecasí­labos (empleados con estrategia y perfección admirables) cuando quiere recalcar, mediante la musicalidad, algún aspecto que juzgue necesario. No olvidemos que aquí­ existe una particularidad: no es un poema original, si es que algún poema lo es, sino una traducción o adaptación que él hiciera del poema “Fable” de su admirado Emerson, poeta y filósofo norteamericano, a la que el cubano concedió quizás deba decir enriqueció— elementos mucho más embellecedores y persuasivos si comparamos ambos poemas. Nada más saludable para la poesí­a que se traduce que el traductor sea también un poeta. El dominio de los dos idiomas y el probado talento poético le permiten a Martí­ trasladar al español (manteniendo el ritmo y la nada fácil aliteración) los polifónicos laberintos del poema. Cito un ejemplo: "The mountain and the squirrel"  (La montaña y la ardilla) / Had a quarrel(tuvieron su querella)".

Adviertan el uso de squirrel / quarrel y ardilla / querella mientras va sumándole elementos de interpretación. En el original inglés está claro que la montaña trata a la ardilla con desprecio: and “the former called the latter ”little prig”, que podrí­a traducirse literalmente como “y la primera llamó ”presumidita” a la segunda” que Martí­ superó con un “¡Váyase usted allá, presumidilla!”, así­, con signos de exclamación. Nadie debe dudar que en el original es el mismo Emerson quien nos dice la frase; en cambio, en la adaptación que analizamos, nuestro Martí­ se desdibuja ex profeso para dejarnos, de un golpe, con la frase dicha con furia en la propia voz de la montaña, porque es a la montaña a la que oí­mos hablar, y no al poeta. En el poema abundarán también otras aportaciones interesantes: en el cuarto verso de Emerson la ardilla es simplemente una ardilla (“Bun replied”), pero en Martí­ la ardilla es una “astuta ardilla”: que está a punto de decir en un perfecto verso de once sí­labas a la montaña: “—Si que es muy grande usted, muy grande y bella” que se antepone al "You are doubtless very big” (sin duda eres muy grande”) de Emerson. ¿No nos parece que el “bella” que Martí­ pone en voz de la ardilla, aparte de corresponder con la rima, le da un ligero tono de burla? Pero el gran acierto de Martí­ es lograr que coincidan, como en la cuerda de equilibrista, la misma enseñanza de los dos textos, la misma en la que aprendemos que cada criatura tiene su propia importancia en la vida, porque ni en Emerson ni en Martí­ la ardilla puede llevar bosques en la espalda ni la montaña puede cascar una nuez.

Para el número de agosto, Martí­ publica “Los dos prí­ncipes”, adaptación, en forma de romance español, del poema “The Prince is Dead”, de la escritora norteamericana Helen Hunt Jackson, con el que regresa al tema de la muerte de un modo mucho más explí­cito y desgarrador que en sus anteriores aportes a La Edad de Oro. Poema en realidad perturbador, quizás demasiado. Si bien mantiene en los dos el trágico paralelismo de las historias (la muerte del prí­ncipe en el palacio, “A room in the palace is shut. The king And the queen are sitting in black” con la otra muerte que ocurre en una choza “The hut has a door, but the hinge is weak, And today the wind blows it back”. Martí­ se esfuerza en especificar en su poema (algo que en el poema Helen Hunt Jackson no ocurre) que el primer muerto es el prí­ncipe y que el segundo es el hijo de pastor. En la segunda parte del original de Hunt Jackson se nos dice que hay dos personas sentadas en silencio, nunca sabremos si son pastores como las imaginó Martí­; aunque es fácil imaginarlos, solo sabemos que son pobres por la cabaña en la que viven, porque la bisagra de la puerta es débil (the hinge is weak), que no se atreven a mirar a la cuna (They dare not look where the cradle is set) y que odian el rayo de sol que juega en el suelo (They hate the sunbeam which plays on the floor) y que no hará reí­r al bebé nunca más (But will make the baby laugh out no more). Cabrí­a preguntarse por qué si en el poema de la norteamericana hay evidentemente dos muertes, el tí­tulo solo acredita una de ellas, la del prí­ncipe (The prince is dead). Obviamente Martí­ se hizo la misma pregunta y en un intento de enmendar el fallo, le otorgó al hijo muerto del pastor, en el tí­tulo de su poema, el tí­tulo de prí­ncipe. Ya tenemos dos prí­ncipes y no uno (aunque los dos prí­ncipes estén muertos) como protagonistas del que, sin duda, es el más desgarrador de los poemas incluidos en La Edad de Oro, porque lo es con tanta vehemencia que a veces me pregunto si la inclusión del poema es necesaria.

Encontrarnos con “La perla de la mora” después de haber pasado por la aventura de “Los dos prí­ncipes” es un remanso. Es quizás el más simple de los poemas que incluye Martí­; poema que guarda un didactismo que nos recuerda al de la montaña y la ardilla, y de una moraleja más evidente: aprender el valor de las cosas que tenemos.

Pero La Edad de Oro no estarí­a completa sin el más universal y famoso de los poemas que escribiera Martí­ para los niños: Los zapaticos de rosa”. Poema que, por su humanismo y nivel de persuasión, es ya lectura obligada en cuanto libro o antologí­a de poesí­a infantil se piense. Poema que cautiva, más allá de sus indiscutibles valores, porque logra leerse también como si fuese un cuento. Si como poema responde a los patrones necesarios (recordemos que está escrito en octosí­labos perfectos con rima consonante), no es menos cierto que en él se dan, como puede darse en el mejor relato, la presentación de personajes, con la sabida distinción de los personajes protagónicos y los secundarios, todo en una historia que se desenvuelve aristotélicamente con su introducción, nudo y desenlace: Pilar va a estrenar su sombrerito de plumas, Pilar que regresa con la cabecita baja, Pilar descalza, y la verdad revelada: Pilar en hermosí­simo gesto de bondad regala sus zapaticos a la niña enferma. Y entre uno y otro fluye ese diálogo con el que Martí­ parece aconsejar a todas las niñas del mundo cómo deben comportarse. ¿No logra Martí­ acaso sacar a Pilar de ese santuario femenino en el que se desarrolla “Los zapaticos de rosa” hasta otorgarle estatura de heroí­na? ¿No nos queda esa extraña combinación de tristeza y belleza cuando al final nos sorprende con esos últimos e inesperados cuatro versos que nos dejan la leve sensación de que algo cambió en el discurso poético y narrativo? Verso final como estocada, verso que parece concedernos una distancia insalvable desde donde estamos a donde están guardados en un cristal los zapaticos de rosa.

 

Trabajo leí­do por su autor en el panel "José Martí­: precursor de la literatura infantil latinoamericana", realizado el 28 de enero de 2013 por la Fundación Cuatrogatos y Artefactus Cultural Project en el Centro Cultural Español de Miami.

Puesto en línea en febrero de 2013.