Ilustración de Heinrich Hoffmann para su libro 'Pedro Melenas'. Barcelona: Olañeta, 1987.
  • Ilustración de Heinrich Hoffmann para su libro 'Pedro Melenas'. Barcelona: Olañeta, 1987.

De la imagen a la escritura: ilustración de libros para niños

Fanuel Hanán Diaz

La historia de la humanidad está llena de numerosas revelaciones. 

Cuando el verbo aún navegaba entre las aguas del Génesis el hombre no conocí­a la palabra escrita. Los dedos y los elementos de la tierra se unieron en fabularios dibujos, para crear los primeros sistemas de representación. Las rugosas paredes de oscuras salas, iluminadas por antorchas, sirvieron de soporte en las cavernas. El arte rupestre, los petroglifos, son testimonios de una comunicación primitiva donde formas geométricas y dibujos animales anticiparon los primeros alfabetos.
Esta compleja, lenta y arbitraria evolución del dibujo a la escritura, estuvo marcada por importantes avances que trataron de acoplar el carácter conceptual (ideas), la reproducción fonética (sonido) y la concepción gráfica de los signos. El alfabeto cuneiforme, la escritura jeroglí­fica egipcia, que combinaba estilizados dibujos y formas representativas, y los ideogramas chinos, pueden contarse entre los sistemas prealfabéticos más destacados en esta historia.

Descifrar el código suponí­a también un ejercicio de contemplación estética, en donde los iniciados en este arte muchas veces interpretaban más que leí­an los signos.
Observar, descifrar, asombrarse ante la aguda mirada de Orus, contabilizar figuras estilizadas de cabezas de buey, meditar la tensión de ciertos trazos, ajustar una representación fonética, formaba parte de una misma práctica.

El dibujo, la ilustración, no fue un componente extranjero en el nacimiento de las formas literarias. 

El libro ilustrado para niños

Desde sus inicios, el libro para niños se concibió como un material donde la ilustración tení­a una presencia fundamental. De allí­ que sea un elemento morfológico indisociable al género.

El Orbis sensualium pictus, libro de enseñanza escrito por el monje Amos Comenius en 1654, se señala como la primera edición concebida para niños. Ya aquí­ es notable la presencia de ilustraciones y de mecanismos móviles para hacer más entretenida la lectura y reforzar la adquisición de conocimientos.

Unas interesantes reflexiones acerca del poder cohercitivo de la imagen orientaron al doctor Hoffmann, para desarrollar las terribles advertencias rimadas reunidas en uno de los más famosos libros para niños. Pedro Melenas presenta en la portada un personaje greñudo, con las uñas inmensamente largas, figura desaliñada que contrastaba con los cánones del niño burgués de la época. Lo que más destaca en esta edición de 1845 que rescata una vieja tradición de libros moralizantes, son las potentes ilustraciones que combinaban sugestivas escenas de humor negro y grotescos personajes, para alertar a los lectores sobre algunos comportamientos.
La historia de una niña que muere carbonizada, advierte sobre el manejo de los fósforos. La irrupción sorpresiva del sastre que corta los pulgares al -Chupadedos , castiga en este personaje el común hábito de llevarse los dedos a la boca. Para este psiquiatra alemán, las imágenes podí­an ser más convincentes que las palabras.

Una historia muy breve

La industria del libro ilustrado para niños tuvo un desarrollo importante en Europa durante los siglos XVIII y XIX. Como parte de los avances en materia reprográfica se perfeccionaron los procedimientos de impresión a color, permitiendo la entrada de variadas técnicas de ilustración.

En un principio el grabado sobre madera fue sustituido por el grabado sobre metal. Luego comenzó la aplicación manual de color, sobre los contornos de las figuras. Esta actividad estaba reservada a los niños y las mujeres, quienes eran instruidos para aplicar un solo color por operario. El trabajo en serie permitió una acelerada producción.

Después se implementaron procedimientos fotomecánicos y la litografí­a o grabado sobre piedra. Esto permitió al artista trabajar con distintos recursos directamente en el bloque de piedra, como si estuviera delante del papel.

Distintos cubos de madera sirvieron para imprimir los colores mecánicamente, hasta que se perfeccionó el sistema de planchas para la cuatricomí­a.
Paralelamente a estos adelantos técnicos se incorporaron nuevas fórmulas para ilustrar libros infantiles. Ahora los matices y tonalidades de la acuarela podí­an ser reproducidos con mayor fidelidad. Lí­neas más delicadas sustituyeron la dureza de los primeros grabados. Apareció el diseño artí­stico para reunir los elementos en las páginas.

Dentro de este panorama, también se afinan los conceptos editoriales y se diversifican los géneros: abecedarios, numerarios, fábulas, cromos, hojas volantes, libros de ciencias, libros regalos y libros animados comienzan a enriquecer el nutrido renglón de materiales de lectura para niños.

Un nuevo concepto editorial

Dentro de todos estos tipos de libros para niños, destaca un concepto de avanzada modernidad, que va a ser mantenido hasta nuestros dí­as.

El picture book, como se le conoce en inglés, y cuyas traducciones en español lo denominan libro álbum o libro texto-imagen, tiene dos caracterí­sticas fundamentales. En primer lugar, las imágenes ocupan mayor espacio que el texto en las páginas. En segundo lugar, existe una interrelación de código, esto es, que las ilustraciones y el texto forman una unidad sí­gnica y conceptual.

En El rabipelado burlado (Ediciones Ekaré, 1979) encontramos un ejemplo ilustrativo de esta tendencia. Un rabipelado deambula por la selva buscando comida. Se encuentra con una bandada de trompeteros (aves de la región) y ve en ellos la oportunidad de saciar su hambre. Disimuladamente le pregunta al jefe del grupo que dónde dormirán ellos esa noche, y el trompetero le responde: -Allá arriba, en esa mata de sekunwarai .

El rabipelado espera la noche y se sube al árbol. Tantea y busca por todas partes y no encuentra ningún trompetero.

Dos informaciones fundamentales para entender la burla que se le hace al rabipelado y generar la risa en el lector, no son aportadas por el texto. Es a través de las ilustraciones que nos damos cuenta de que las ramas del sekunwarai son nudosas, tan iguales como las patas de estas aves zancudas. También son las imágenes quienes nos indican que los trompeteros duermen en una sola pata. Es por ello que el rabipelado las confunde con las ramas del árbol; es por ello que su proceso de búsqueda es infructruoso y se instala el engaño en el eje de la apariencia. Palabra y dibujo comparten un mismo terreno para vaciar contenidos completos sobre las páginas. 

Leer el mundo de las imágenes

Así­ como leer la literatura demanda aproximaciones sucesivas y enriquecedoras, donde la experiencia previa del lector aporta una cuota en la construcción del sentido. Así­ como un texto genera movimientos internos, sentimientos y experiencias a nivel de recepción, del mismo modo las imágenes cristalizan un código que puede ser interpretado.

Serí­a muy amplio abordar las semejanzas de ambos procesos. Tampoco es la intención de este breve artí­culo. Sin embargo, nos gustarí­a ampliar unas ideas acerca de la lectura de imágenes.

Una experiencia estética es el primer valor que asegura el enfrentamiento del lector (¿o veedor?) con las imágenes. Pero también implica un ejercicio inteligente de selección de información, asociación de elementos, búsqueda de sentido y adquisición de nuevos registros.

Un rico lenguaje, vertebrado por códigos de lí­neas, formas, texturas, colores, perspectivas, iluminaciones y volúmenes vitalizan actos autónomos de comunicación.
Inevitables influencias con las tendencias del arte plástico, intertextualizan las herencias estéticas y creativas. Gran parte de los buenos ilustradores han encontrado caminos personales, después de haber recorrido y experimentado las innumerables corrientes del arte.

No en balde podemos encontrar similitudes entre las ilustraciones de la alemana Binette Schroeder y la pintura metafí­sica italiana, o las referencias a Velásquez y a Da Vinci en las composiciones del venezolano Carlos Cotte para el libro Chumba la cachumba, de Ediciones Ekaré.

Claras referencias al bosque como espacio amenazador son anotadas en la rugosa madera de un árbol, que abre las fotografí­as expresionistas de Sarah Moon para una edición de Caperucita Roja (Anaya). Suaves distorsiones corporales revisan la influencia de Chagall en el colombiano Alekos.

Las imágenes como la literatura se permiten esos préstamos. Pero también las ilustraciones instalan cargas semióticas a través de cada uno de sus códigos. El color, por ejemplo, reproduce una innumerable cantidad de contenidos. Las difí­ciles tintas doradas, caracterizan a los libros de Navidad por su relación con la esfera de lo sagrado.

Sensaciones térmicas de frialdad y calor arropan las gamas cromáticas: serenidad, miedo, violencia y alegrí­a encuentran resonancia en cada tono.

Distintos niveles de lectura pueden ser interpretados en las ilustraciones. Algunas pistas en los dibujos pueden funcionar como indicio de algo que va a suceder: la anteportada de Jumanji (Chris Van Allsburg, Fondo de Cultura Económica) con la caja misteriosa abandonada al pie de un árbol.

O sirven como elementos conectivos: la banana en el bolsillo del papá de Ana en Gorila (Antonhy Browne, Fondo de Cultura Económica), establecen una relación entre el sueño y la realidad. O sirven como informantes: la escritura en el espejo de las anotaciones del marchante en la ilustración de Morella Fuenmayor para Rosaura en bicicleta (Ediciones Ekaré) O para crear una atmósfera: la suave iluminación de la escena en el dormitorio entre la niña y su madre, creada por Cristina Keller para Una señora con sombrero (Monte ívila Editores).

Distintos estilos acompasan los tonos literarios: una visión irreverente y desenfadada es reforzada por las estridentes ilustraciones de Esperanza Vallejo para el libro Yo, Mónica y el Monstruo (Editorial Colina).

Leer las ilustraciones es también adentrarse en el fabuloso mosaico del mundo visual. Es palpar las texturas marfiles de La escoba de la viuda, de Chris Van Allsburg (Fondo de Cultura Económica), o deslumbrarse por las intimistas iluminaciones cinematográficas de El canto de las ballenas (Ediciones Ekaré), de Gary Blythe.

Y descubrir con asombro cómo la influencia del lenguaje cinematográfico es parte de los recientes planteamientos en las ilustraciones de libros para niños.

La sensación de recorrer un laberinto sagrado, que abre sus infinitos espacios a salas, recámaras y tesoros cada vez más fabulosos, es el designio de los iniciados en descifrar este oráculo que habla a través de las imágenes.